Apóstol
Transcripción
de la voz griega apostolos, derivada del verbo griego apostello (enviar o
despachar). Este verbo se distingue del verbo pempo (otro verbo que significa «enviar») en que involucra
la idea de ser enviado con un propósito especial o con autorización oficial. El
sustantivo se emplea en el Nuevo Testamento de tres distintas maneras:
1.
Designa un: enviado, delegado o mensajero. En Jn.13.16 la palabra no se
transcribe sino se traduce «enviado». Cristo es un apóstol de
Dios (Heb 3.1; cf. Lc 11.49). Epafrodito
es un apóstol de los filipenses (Fil. 2.25, donde apóstolos se traduce «mensajero»,
igual que en 2Co.8.23).
2.
Designa a un miembro del grupo de los doce que Jesucristo seleccionó para ser
de manera especial sus compañeros constantes y los pregoneros iniciales del
mensaje del reino de Dios (Mt 10.1–8; Mc 3.14s; 6.13–19, 30; Lc 6.12–16; Hch
1.26; Ap 21.14).
Parece
que prevalecía en la mente del colegio apostólico la idea de que el número de
doce debía guardarse intacto. Prueba de esto es el hecho de que, después de la
muerte de Judas Iscariote, nombraron a otro que ocupara su lugar (Hch 1.15–26).
En esta ocasión Pedro especificó los requisitos que había que cumplir para ser
apóstol: haber sido (1) compañero de
Jesús durante su ministerio terrenal y (2)
testigo de su resurrección (Hch 1.21, 22).
Pablo cumplía el segundo requisito, pero no el
primero. Sin embargo, dijo ser apóstol (1 Co 9.1s; 2 Co 12.12; Gl 1.1; 1 Ti
2.7; 2 Ti 1.11). Sin embargo, es en el
Evangelio de Juan donde se especifica más claramente el papel particular de los
apóstoles después de la muerte de Cristo (17.18; 20.21).
Según
Juan, el Espíritu Santo les recordará las palabras de Jesús, les «enseñará
todas las cosas», les «guiará a toda la verdad», y les «hará saber las cosas
que habrán de venir» (14.26; 16.13).
Por
tanto, las enseñanzas de los apóstoles son la norma para la doctrina y la vida
de la iglesia (Hch 2.42). Pablo da el primer lugar a los apóstoles entre los
líderes instituidos en la iglesia (Ef 4.11) y dice que ella está edificada
«sobre el fundamento de los apóstoles y los profetas» (Ef 2.20; cf. Gl 2.9).
Jesús anunció que los apóstoles serán jueces en el juicio mesiánico (Mt 19.28)
y Apocalipsis declara que sus nombres estarán grabados en los cimientos del
muro de la nueva Jerusalén (21.14).
3.
Designa en sentido general a maestros y misioneros destacados. Por
ejemplo, Jacobo
el hermano del Señor (Gl 1.19), Bernabé
(Hch 14.14), Timoteo y Silvano (1 Ts 1.1; 2.6), Andrónico y Junias (Ro 16.7). En 1 Co 15.5, 7 Pablo evidentemente
distingue entre «los doce» y «todos los apóstoles». Juan y Pablo nos advierten
que hay quienes pretenden ser apóstoles, pero realmente están «disfrazados» (Ap
2.2; 2 Co 11.5, 13).
PROFETA
Terminología
El término hebreo, nabi traducido «profeta»,
probablemente se deriva de una raíz que significa «anunciar» o «proclamar».
El Antiguo Testamento lo aplica a una variedad de personas (Gn 20.7; Éx 7.1; 1
R 17–19; Mal 4.5).
Orígenes
Es
sumamente discutido el origen del profetismo en Israel y su posible relación
con otros fenómenos semejantes. Varios pasajes hablan de «videntes» y 1Sam. 9.9
sugiere que así se le llamaba originalmente al profeta. Además, había un
profetismo «extático» (en trance o posesión) en las religiones cananeas (1R 18.20–40),
y es posible que hubiera alguna relación entre este fenómeno y algunas
manifestaciones en Israel (1S.19.18–24).
Por
otra parte, los grandes profetas (Isaías, Amós, Jeremías) tenían experiencias
extáticas (extraordinarias tanto para su tiempo como para nosotros), en las que
hallaban un acceso especial a la «palabra de Jehová» y esta llevaba en sí misma
una singular señal de autenticidad divina. Indudablemente no se trataba de un
trance de absorción, sino de una concentración próxima a la oración, en la que
la «palabra» recibida era meditada y articulada por el profeta en un mensaje
(Is 10.6ss).
También
se ha discutido mucho la relación de los profetas con el culto. Aunque había
«bandas» proféticas en los lugares de culto, los profetas del Antiguo
Testamento no parecen pertenecer a ellas y en algunos casos evidentemente
repudiaron esta dudosa institución (Jer 29.26–30). Entre estos profetas de
santuario, ocupados de los detalles y pequeños problemas políticos, y el
profeta bíblico, con su visión de la acción de Dios en la historia, había una
enorme diferencia.
Sin
embargo, es erróneo pensar, basándonos en unos pocos pasajes tomados
aisladamente (Am 5.21–24; Is 1.11, 12, 14–17), que los grandes profetas se
oponían al culto del templo y al sacerdocio, o a toda religión
institucionalizada. Se trataba, más bien, de la crítica a la corrupción del
culto, ya fuera por la idolatría o por la injusticia: «No puedo aguantar
iniquidad y día solemne» (Is 1.13, VM ofrece la traducción más correcta). Los
profetas conocen el culto y a menudo citan su ritual, himnos y oraciones.
Algunos (Jeremías, Ezequiel) vienen de un trasfondo sacerdotal y otros
(Habacuc, Nahum, Joel) muy probablemente participaban en el culto.
En los libros proféticos de la Biblia tenemos la obra
directa de los propios profetas (Is 30.8; Jer 29.1s, entre otros pasajes,
muestran que los profetas escribían y no solo anunciaban verbalmente sus
oráculos). También hay casos de un testimonio indirecto, como el de Baruc,
secretario de Jeremías (Jer 36). Y finalmente, existían escuelas de discípulos
de un profetas (por ejemplo, Is 8.16; cf. 50.4) los cuales compilaban sus
mensajes.
Características
E Historia
Aunque
el mensaje de la profecía bíblica se halla principalmente en los libros
conocidos como «proféticos», no debemos olvidar el profetismo anterior a Amós,
ilustrado por figuras como Natán, Elías, Miqueas (1 R 22.8–38) y Eliseo, cuya
función fue anunciar el juicio y la voluntad de Dios principalmente a los
reyes. El nombre «profeta» se aplica también a Abraham (Gn 20.7), Aarón (Éx
7.1), María y Débora (Éx 15.20; Jue 4.4) y Moisés (Dt 18.18; 34.10). El profeta
bíblico reúne algunas características que se resume bien como «un llamado
específico y personal de Dios» (Is 6; Jer 1.4–19; Ez 1–3; Os 1.2; Am 7.14,
15,); la conciencia de la acción de Dios en la historia; la valiente
confrontación de reyes, sacerdotes o pueblos con las demandas y el juicio
divinos; el uso de medios simbólicos de expresión y el ejercicio de una función
intercesora o sacerdotal ante Dios.
La función primordial del profeta es la proclamación
de la «palabra de Dios» que ha recibido. El propósito
es llamar al pueblo al arrepentimiento y la conversión a Jehová y a su pacto.
Su mensaje se relaciona constantemente con sucesos y circunstancias presentes,
de orden político, social o religioso. Pero como estas circunstancias son
vistas como parte de la acción de Dios en la historia, el profeta no puede
dejar de referirse al futuro para anunciar lo que Dios hará, para inducir a la
acción y para certificar su mensaje. No hay duda alguna de que la predicación
es parte esencial de la función profética, y muchos profetas manifiestan dones
especiales de clarividencia y percepción del futuro. Pero, también existen
falsos profetas, que apelan a los mismos dones y pretenden tener palabra de
Dios. Pasajes como Deuteronomio 13; 18.9–22; Jeremías 23.9–40; Ez 12.21–14.11
sugieren algunos criterios de distinción.
El
Mensaje de Los Profetas
Los
profetas anuncian de diversas maneras el propósito de Dios que se cumple en la
historia del Medio Oriente:
1.
«Así dice el Señor». El profeta está consciente de que está al servicio de la
palabra de Jehová, que no es un mero anuncio sino la expresión de la voluntad
del Dios soberano en acción (Is 55.11; Am 3.8). El profeta no tiene control
sobre esta palabra sino que está a su servicio (Jer 20.8b, 9; Am 3.8). Toda su
vida, hasta sus gestos y acciones simbólicas, dependen de ella (Is 7 y 8; Os
1).
2.
«De Egipto llamé a mi hijo». La misericordiosa y divina elección de Israel para
un propósito determinado, y las obligaciones que esa elección impone, están
siempre presentes en los profetas. Se expresan con las figuras de padre/hijo
(Is 1.2; Os 11); propietario/viña (Is 5.1–7), pastor/rebaño (Is 40.11),
alfarero/vasija (Is 29.16; Jer 18) y principalmente esposo/esposa (Is 50.1;
54.5; 62.4, 5; Jer 2.1–7; 3.11–22; Ez 16.23; Os 1–3). La ética social que
admiramos en los profetas tiene su raíz en la justicia del pacto.
3.
«Se alejaron de mí». La rebelión que denuncian los profetas no es solo de
Israel, sino de todas las naciones (Is 10.5ss; Jer 46–51; Ez 25–32; Am 1 y 2).
Dios tiene cuidado de todos los pueblos (Is 19.24; Am 9.7), pero Israel tiene
un llamado y por tanto una responsabilidad y una culpa especial (Am 3.2). Su
rebelión ha sido total muestra de infidelidad (Is 1.4, 5; 2.6–17; 59.1–15; Jer
2.4–13; 5.20–31; Ez 16), y se manifiesta en la corrupción religiosa, en la
injusticia social y sobre todo en el vano orgullo y jactancia que conduce a la
ruina.
4.
«Regresarán a Egipto». Dios ejecutará su juicio, es decir, corregirá el mal
castigando al culpable, vindicando al justo y estableciendo justicia. Los
profetas ven como juicio divino la catástrofe nacional que se avecina (Is
22.14; 30.12–14; Jer 5.3, 12, 14; Os 4.1; Am 3.1; Miq 6.1ss). No es un acto
arbitrario de Jehová, pero Israel es conducido de nuevo al cautiverio (de allí
la idea del regreso a Egipto) para restaurar la justa relación con Dios.
5.
¿Cómo te he de abandonar? Para el profeta, aun el juicio inexorable es
expresión de la compasión divina (Am 4.6–11). La misericordia (compasión,
piedad, Gracia) es, más que una
calidad del pacto, la naturaleza misma de Dios (Is 54.7, 8, 10; Jer 3.12; 31.3;
Os 11.8ss).
6.
«Haré regresar sus cautivos». El juicio es instrumental y disciplinario (Is
1.25; Os 2.14–23; 5.15; Am 4.6–11). Más allá de su ejecución, Dios se propone
mantener un remanente fiel que retoñará para cumplir el propósito divino (Is
7.1ss; Ez 27; Am 9.8bss). La segunda parte de Isaías lo anuncia como una segunda
creación, un segundo éxodo (51.9–11). Jeremías discierne un nuevo pacto (Jer
31.31–34).
7. «Luz para los gentiles». La
restauración no puede limitarse a la historia de Israel. Los profetas miran más
allá a una consumación, un Día del Señor que abarcará en juicio y gracia a
todos los pueblos (Zac 14.5–9). En esta expectación se inserta el anuncio del
«Siervo del Señor», quien inaugurará un nuevo día para las naciones (Is 49.5,
6; 53.4, 5). Esta es la fe final y el mensaje de los profetas (Is 2.2–4; Miq
4.1–3).[1]
Profecías
Y Profetas En El Nuevo Testamento
El
mensaje de los profetas halla su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección
de Jesucristo (Hch 3.24); particularmente en los hechos de la pasión (Lc
24.25–27; Hch 3.18; 1 Co 15.3). La predicación a los judíos partía de esa
correlación (Hch 18.28). El Evangelio de Mateo está construido sobre esa base
(por ejemplo, 1.22s; 2.5s), pero, más que predicciones en detalle, se trata del
propósito redentor de Dios anunciado en los profetas y cumplido en Jesucristo
(Jn 6.14; 1 P 2.9s). La promesa del nuevo pacto y del siervo sufriente son los
puntos culminantes.
Profetisa Título o
distinción que en el Antiguo Testamento se confiere a cinco mujeres. María la
hermana de Moisés (Éx 15.20) y Débora la juez (Jue 4.4), quienes cantaron las
victorias de Jehová. Hulda, la profetisa a quien el rey Josías mandó consultar
cuando halló el libro de la Ley
y quien profetizó el juicio de Jehová sobre el pueblo (2 R 22.14–20; 2 Cr
34.22–28). Noadías la profetisa que se menciona entre los adversarios de
Nehemías (Neh 6.14). Isaías se refiere a su esposa como profetisa (Is 8.3).
Además, también se habla de profetisas falsas (Ez 13.17). En el Nuevo Testamento el término se aplica a
Ana (Lc 2.36). Las cuatro hijas de Felipe profetizaban (Hch 21.9). Apocalipsis
2.20 habla de una seudo profetisa, Jezabel.
[1]Nelson, Wilton M., Nuevo Diccionario
Ilustrado de la Biblia ,
(Nashville, TN: Editorial Caribe) 2000, c1998.
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