sábado, 29 de julio de 2017

¿Existe Realmente un Infierno?

¿Existe Realmente un Infierno?
Por Rick Rood

Se cuenta que C. S. Lewis estaba escuchando el sermón de un joven predicador sobre el tema del juicio de Dios del pecado. Al finalizar su mensaje, el joven dijo: "¡Si usted no recibe a Cristo como Salvador, sufrirá graves ramificaciones escatológicas!" Luego de la reunión, Lewis le preguntó, "¿Usted quiere decir que una persona que no cree en Cristo se irá al infierno?" "Precisamente," fue la respuesta. "Entonces, dígalo," contestó Lewis.[1] 

Esta historia ilustra algo que la mayoría de los cristianos saben pero pocos expresan: que de todas las doctrinas de la fe cristiana, aquella con la que nos sentimos más incómodos para discutir es la doctrina del castigo eterno o infierno. Y no es difícil entender por qué es así. La doctrina del infierno es ofensiva para los incrédulos y contradice el énfasis en la tolerancia y en el potencial humano que domina nuestros tiempos. ¿Quién de nosotros disfruta de alienar a nuestros amigos hablando del juicio eterno por el pecado? Para muchos de nosotros la doctrina del infierno es difícil también de reconciliar con el amor y la gracia de Dios. Más aún, estamos bien conscientes de cristianos que han utilizado mal la doctrina del infierno, usándola para manipular y controlar a otras personas. Al tratar de distanciarnos del abuso de esta doctrina y para evitar aparecer como intolerantes y sin afecto, muchos de nosotros hemos eliminado la palabra "infierno" por completo de nuestro vocabulario (haciendo que nuestra creencia sea un asunto completamente personal). 
Encuestas recientes han revelado algunos hechos muy interesantes acerca de las actitudes actuales acerca del infierno. Una encuesta hecha por George Gallup en 1990 reveló que apenas algo menos que el 60% de los norteamericanos cree que existe un infierno (un descenso de más de 10% desde 1978), aunque sólo un 4% cree que el infierno es su propio destino personal. Una encuesta por la mitad de la década del 80 de estudiantes evangélicos norteamericanos de escuelas secundarias y de seminarios reveló que sólo uno en diez creía que el primer paso para influenciar a los incrédulos debería ser advertirlos acerca del infierno. Un 46% de los estudiantes de seminarios creía que hacer énfasis en los no creyentes que el juicio eterno sería la consecuencia de rechazar a Cristo era "de mal gusto." Una encuesta llevada a cabo en 1981 reveló que ¡el 50% de la población de las facultades teológicas cree en la existencia del infierno (61% de los Católicos Romanos y 34% de los Protestantes)![2]  

"La Indestructibilidad De La Iglesia"

"La Indestructibilidad De La Iglesia"
Por Elías Rodríguez
El propósito de este estudio es presentar algunos aspectos muy importantes de la institución más gloriosa que ha existido en el mundo, la iglesia del señor. Demostrando con ellos que la iglesia es indestructible, es decir, que ha podido permanecer como un monumento de casi 2,000 años. Y continuará adelante hasta que ésta sea entregada al padre.
Debemos aclarar primeramente que la historia de la iglesia no es lo mismo que la historia universal. Tampoco, la historia de las denominaciones es la historia de la iglesia del Señor, ya que estos grupos religiosos existieron y existen separados totalmente de la iglesia que Cristo estableció.

El tiempo que precedió a la venida de Cristo, una gran parte del mundo entonces conocido era pagano (Adj. aplicable a los idólatras y politeístas, a los antiguos griegos y romanos... GDEI de Selecciones del Reader's Digest). Algunos adoraban el sol, la luna y las estrellas. Otros se postraban ante sus ídolos. Los griegos y romanos tenían una deidad para cada propósito, además de ellos adoraban al gobernante. Prácticas inmorales se llevaban a cabo como parte de sus servicios religiosos. Los judíos, la gente escogida por Dios, en repetidas ocasiones fueron tras la idolatría de los pueblos paganos hasta que el castigo de Dios los traía de regreso al Dios único y verdadero.
Cuando se acercaba la venida del Mesías, el poder pasó a manos de los romanos. Para el año 167 a. C. los judíos habían establecido una monarquía independiente, que continuó hasta el año 63 a.C. cuando Pompeyo entró en Jerusalén y estableció el control sobre Palestina. La lucha por el poder cesó y el imperio tuvo unidad y paz. Augusto Cesar era el Señor del mundo y su palabra y voluntad fueron impuestas sobre la gente. El griego fue la lengua universal.

Bajo estas condiciones nació el Mesías esperado. En aquella oscuridad Cristo vino como un rayo de luz para la humanidad. A la edad de 30 años vino al Jordán para ser bautizado por Juan, regresando a Nazaret, entró en la sinagoga en sábado y se levantó y se le dio el libro y halló el lugar donde estaba escrito: (Lucas 4:18,19). Al oír esto, todos en la sinagoga se llenaron de ira. Lo sacaron fuera de la ciudad y querían despeñarlo, pero él pasando por en medio de ellos se fue. De allí en adelante Jesús vivió en Capernaúm en la rivera del mar de Galilea. Allí llamó a sus discípulos, por tres años anduvo por Judea, Samaria y Galilea, sanando a los enfermos, dando vista a los ciegos y predicando el evangelio del reino que estaba por venir (Lucas 16:16).
Un día cerca de Cesarea de Filipo, Cristo preguntó a sus discípulos lo que pensaba la gente de él, luego les preguntó directamente a ellos, a lo que Pedro contestó: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente." Después de esta declaración de Pedro, Cristo declara: "y sobre esta roca edificaré mi iglesia." (Mateo 16:13-18).

Cuando Jesús viene a Jerusalén la última vez casi al final de su ministerio, el sumo sacerdote conspiró contra él para matarlo. Cristo es traicionado por Judas Iscariote, es aprendido por la turba judía, es juzgado arbitraria e injustamente, maltratado, vituperado y luego es condenado, carga la pesada cruz y finalmente es crucificado. En la cruz bebe la amargura de la ira de Dios pagando así el precio de la redención del hombre. Pero ni la misma muerte podía detener al hijo bendito de Dios, así que resucitó el primer día de la semana (Marcos 16:9). Por cuarenta días se apareció vivo a mucha gente y  enseñando a
sus discípulos las cosas relacionadas con el reino de Dios. Al final de este tiempo, llevó a sus discípulos al Monte de los Olivos y mientras lo veían, él fue alzado arriba en las nubes las cuales lo quitaron de sus ojos. Ellos se fueron a Jerusalén, a esperar la promesa del Espíritu Santo quien los iba a guiar a toda verdad y a toda justicia.

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