viernes, 6 de octubre de 2023

CONSAGRACIÓN Y SANTIFICACIÓN

 

Guatemala 17 de Febrero del 2,002


CONSAGRACIÓN Y SANTIFICACIÓN


Pedro , apóstol de Jesucristo, a los expatriados (extranjeros) de la dispersión de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos, según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre (1 Ped 1:1-2)

 

Introducción:

La primera epístola de Pedro nos da claves para la consagración y santificación que va dirigida a los que viven como extranjeros y están dispersos en diferentes partes del mundo. Al decir extranjeros se dirige a aquellos que han entendido que algún día van a regresar a su lugar de origen; esto se parece mucho a las palabras que el Señor Jesucristo pronunció en Juan 17:16-17:  “...ellos no son del mundo, como tampoco yo soy de este mundo. Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es verdad.” Esta epístola no va dirigida a los que se han acomodado a este siglo y se sienten bien en él y por ello no desean ser perfeccionados. Las cartas del Amado son para la amada que está esperándolo.

El primer requisito para consagrarnos y ser santificados es tener un sentido de NO pertenencia a este mundo y al decir mundo nos referimos no solo al globo terráqueo sino al sistema que rige este mundo, a la forma de vida que enseña este siglo(Stg.4:4). Son aquellas personas que no acomodan su vida a la forma de pensar de este mundo sino que tratan de vivir conforme a la Palabra de Dios y a la sana doctrina que nos han enseñado los santos apóstoles y profetas.

Esta revelación la tuvieron los antiguos, Jacob expresa claramente esto (Gen 47:8-9); él menciona que es peregrino y que también sus padres lo fueron y se lo hace ver al Faraón de aquel tiempo. Así mismo José, a pesar de tener opulencia en Egipto, no se aferró a eso sino les dijo a sus hermanos que el propósito de Dios al estar en esa condición, era preservar a los suyos y les pide que cuando Dios los liberte de Egipto, no dejen sus huesos en ese lugar.

El sabía que no era egipcio, aunque se vistiera como uno de ellos, sabía quién era su Dios por ello le servía y le seguiría aun más allá de la muerte. Todo aquel que desee consagrarse y ser santificado deberá entonces entender que no es de este mundo, que solo está pasando por este proceso tierra para ser perfeccionado y que su meta es regresar a la casa del Padre haciéndoselo saber a Faraón de este tiempo (Heb.11:13,16).


Cuando crecemos en este entendimiento no nos apegamos a las cosas terrenales ni establecemos nuestras metas principales en esta tierra, sino en nuestra verdadera patria celestial y hacia ella caminamos y fijamos nuestra esperanza y visión en aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (Col.1:12,13). La mujer de Lot estableció sus tiendas en Sodoma pero también estableció allí su corazón por eso no fue capaz de salir de Sodoma sin voltear a ver (Gen.19:26).


No es de extrañar que esta epístola tan importante la halla escrito un hombre que aprendió estas verdades gloriosas a través de un proceso de consagración y santificación en el cual llegó a tal entendimiento que no le importó no solo dejarlo todo por Cristo, sino extender sus brazos y dar su vida por el Señor.  Es sin duda una de las razones por las cuales le fue inspirada por el Espíritu Santo. Por ello nadie puede hablar con autoridad de algo si no lo vive primero.

Desarrollo:

El proceso de consagración y santificación no se puede llevar a cabo si no es con un corazón agradecido (Rom.1:21; Ef.5:20). Solo un corazón con entendimiento y revelación divina posee agradecimiento. Esto puede medirse de acuerdo a la dimensión en la que adoramos al Señor. Nuestra adoración nos delata. El Señor dijo que al que más se le perdonaba, más amaba (Luc.7:47). Cuando El expresó estas palabras no se refería necesariamente a la cantidad de pecados perdonados sino al entendimiento de la profundidad de lo que hicimos contra Dios y la inmensidad de su amor que cubrió la multitud de nuestros pecados, porque no hay pecado grande ni pequeño, blanco o negro, todos ofenden a Dios y nos separan de El (Rom.3:23).

Un corazón agradecido es clave para someterse al proceso de consagración y santificación porque necesitamos obedecer, es decir someter nuestra voluntad a Dios y esto no se logra cuando hemos perdido la gratitud (2Cor.8:11,12).  Amar el atrio.


Consagración:

Pedro le suplica a los “santos” que vivan como extranjeros y peregrinos en la tierra y que se abstengan de los deseos carnales que combaten contra el alma (1 Ped 2:11).  Allí menciona algunas cosas que debemos tomar en cuenta: Dar buen testimonio, no devolver mal por mal, sujetarse a las autoridades (Rom 13:1), refrenar la lengua del mal y los labios de engaño, honrar al que merece honra, apartarnos del mal y hacer el bien, amar a los hermanos, buscar la paz y seguirla (1 Ped 3:11), temer a Dios, tener buena conciencia (1 Ped 3:16), hacer morir las obras de la carne (Gal 5:22). La Palabra nos enseña de qué debemos apartarnos o abstenernos y qué cosas debemos procurar hacer.  Veámoslo en el siguiente cuadro:


APARTARSE DE

PROCURAR

 

 Sensualidad, lujurias, orgías, borracheras, embriagueces, Abominables idolatrías (1 Ped 4:3);  iniquidad

  

 Ser prudentes, de espíritu sobrio para la oración, Ser fervientes en amor unos por otros, ser hospitalarios.

(Lc 12:58) Arreglarse con el adversario mientras vamos en el camino, presentarnos a Dios como obreros que no tienen de qué avergonzarse.  (2 Ped 3:14) Ser hallados sin mancha.  (2 Ped 1:10) Hacer firme nuestra vocación (2 Cr 5:9) Serle agradables a Dios.  (2 Tim 2:15)

 

 


Recordemos que esa es nuestra parte y que la Biblia dice que solo llenos del Espíritu podemos hacer morir las obras de la carne (Rom 8:13).

 A continuación estudiaremos las formas de cómo alcanzamos la santificación.

 

1. Los rociamientos de la sangre nos santifican (Heb 13:12)

La Biblia nos enseña en (1 Ped 1:22) que el orden divino es obedecer para ser rociados, pues el ser rociados será una consecuencia de la obediencia. En este pasaje vemos la obra de Dios Padre para predestinar y elegir, la obra del Hijo para redimir,  la obra del Espíritu Santo para santificar y nuestra parte que es obedecer, porque nosotros no podemos santificarnos a nosotros mismos, eso sólo lo puede hacer Dios por medio de su Espíritu Santo.  Nuestra parte es entonces consagrarnos, apartarnos del pecado e inmundicia por amor a El.

Los sacerdotes eran santificados con una unción de aceite santo (figura del Espíritu Santo), eran revestidos de ropas consagradas (acciones justas de los santos) (Apo. 19:8), y mediante sacrificios (Cristo) y la sangre de la expiación (rociamientos), (Ex 29:1,5,7). La Biblia dice que el que tiene esta esperanza se purifica a sí mismo así como El es puro (1 Jn 3:3).

 

2. El sufrimiento nos enseña a obedecer ( 1 Ped 1:22)

La escritura nos enseña que nuestro Señor Jesucristo aprendió obediencia a través del sufrimiento. El, como Dios, no tenía necesidad de someterse a nadie pero como hombre sí y no solo lo hizo, sino nos dejó ejemplo de obediencia hasta la muerte y muerte de cruz (Fil.2:8). Hay sufrimiento por causas injustas, a eso se le llama sufrir por la causa del Señor, pero hay sufrimiento que nosotros lo provocamos por nuestras malas decisiones, pero aun allí Dios nos enseña que desobedecer es doloroso y que la próxima vez vamos a pensarlo dos veces antes de hacerlo.

 

3. El soportar la disciplina nos hace partícipes de la santidad de Dios (Heb 12:10)

Dios nos disciplina cuando después de habernos instruido escogemos desobedecer.  Lo hace porque nos ama, para que podamos participar de su santidad (Heb.12:5,6). Solo aplica su disciplina a los que son hijos legítimos. A los ilegítimos no los disciplina ni los corrige, los está reservando para el gran juicio final.

 

La Palabra nos limpia para santificación (Ef 5:26 Palabra) y espera que ésta le dé una cosecha, un fruto.  Esto quiere decir que cuando nosotros oímos la Palabra, debemos ponerla por obra.  La primera lección es teórica:  “la Biblia dice...”, pero la segunda lección es práctica:  “...la palabra se hizo carne.”  Como el hombre sabio que edificó su casa sobre la roca y aunque vino la prueba, su casa no fue derribada (Luc.6:48,49).  La prueba viene para examinar si la Palabra que oímos se hizo carne, o la dejamos caer a tierra.

Al pueblo de Israel no le aprovechó oír la Palabra porque no iba acompañada o mezclada con fe, por eso no la accionaban.

Cuando consagraban a un sacerdote, la Biblia nos narra que le aplicaban sangre en el lóbulo derecho de su oreja (para oír la Palabra que limpia), en el pulgar derecho de la mano (para hacer buenas obras preparadas de antemano para andar en ellas) y en el pulgar derecho del pié (para caminar rectamente). (Ex 29:20) 

Hay una figura en la Palabra que nos ilustra bien este proceso, es la historia de Naamán el sirio que fue enviado a sumergirse a las aguas del Jordán (figura de la Palabra) siete (número de perfección ) inmersiones, hasta que su piel leprosa (figura del pecado) fue limpiada por completo (Jn 15:3).

 

4. La manifestación o Parousía del Señor culminará la obra santificadora (Fil 1:6):

La santificación es un proceso que culminará cuando seamos transformados.  (1 Ped 1:13) Pedro nos habla de poner nuestra esperanza en la gracia que está reservada para cuando el Señor se manifieste en su parousía ( Gr. Charis = influencia divina sobre el corazón del hombre que se refleja sobre su vida produciendo gratitud). El Apóstol Juan nos dice que al verlo tal como El es, seremos perfeccionados (1 Jn 3:2). Pablo nos dice que cuando El se manifieste quiere hallarnos irreprensibles en nuestro espíritu, alma y cuerpo para que nos santifique por completo, es decir que durante la parousía, el Señor, el Dios de paz, le dará los últimos toques a la novia para que pueda ser perfeccionada y llevársela para casarse con ella (1 Tes 5:23).

 

Conclusiones:

  • Resumiendo podemos decir que Dios nos predestinó para ser hechos conforme a la imagen del Hijo quien es santo y perfecto pero esto se llevará a cabo a través de la consagración y los rociamientos de la sangre de Cristo que son aplicados a nuestra vida como consecuencia de la obediencia.

  • Esta obra la hace el Espíritu Santo, cuando nos sometemos a su señorío.

  • Dios siempre ha anhelado la obediencia antes que el sacrificio, para lo cual es preferible escudriñar constantemente nuestro corazón, la motivación con la cual hacemos la obra de Dios.

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