CONSAGRACIÓN Y
SANTIFICACIÓN
Pedro , apóstol de Jesucristo, a los expatriados
(extranjeros) de la dispersión de Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,
elegidos, según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra
santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su
sangre (1 Ped 1:1-2)
Introducción:
La primera epístola
de Pedro nos da claves para la consagración y santificación que va dirigida a
los que viven como extranjeros y están dispersos en diferentes partes del
mundo. Al decir extranjeros se dirige a aquellos que han entendido que
algún día van a regresar a su lugar de origen; esto se parece mucho a las
palabras que el Señor Jesucristo pronunció en Juan 17:16-17: “...ellos
no son del mundo, como tampoco yo soy de este mundo. Santifícalos en tu verdad,
tu Palabra es verdad.” Esta epístola no va dirigida a los que se han
acomodado a este siglo y se sienten bien en él y por ello no desean ser
perfeccionados. Las cartas del Amado son para la amada que está esperándolo.
El primer requisito
para consagrarnos y ser santificados es tener un sentido de NO pertenencia
a este mundo y al decir mundo nos referimos no solo al globo terráqueo sino al
sistema que rige este mundo, a la forma de vida que enseña este siglo (Stg.4:4).
Son aquellas personas que no acomodan su vida a la forma de pensar de este
mundo sino que tratan de vivir conforme a la Palabra de Dios y a la sana
doctrina que nos han enseñado los santos apóstoles y profetas.
Esta revelación la
tuvieron los antiguos, Jacob expresa claramente esto (Gen 47:8-9); él
menciona que es peregrino y que también sus padres lo fueron y se lo hace ver
al Faraón de aquel tiempo. Así mismo José, a pesar de tener opulencia en
Egipto, no se aferró a eso sino les dijo a sus hermanos que el propósito de
Dios al estar en esa condición, era preservar a los suyos y les pide que cuando
Dios los liberte de Egipto, no dejen sus huesos en ese lugar.
El sabía que no era
egipcio, aunque se vistiera como uno de ellos, sabía quién era su Dios por ello
le servía y le seguiría aun más allá de la muerte. Todo aquel que desee
consagrarse y ser santificado deberá entonces entender que no es de este mundo,
que solo está pasando por este proceso tierra para ser perfeccionado y que su
meta es regresar a la casa del Padre haciéndoselo saber a Faraón de este tiempo
(Heb.11:13,16).
Cuando crecemos en
este entendimiento no nos apegamos a las cosas terrenales ni establecemos
nuestras metas principales en esta tierra, sino en nuestra verdadera patria
celestial y hacia ella caminamos y fijamos nuestra esperanza y visión en aquel
que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (Col.1:12,13). La mujer de
Lot estableció sus tiendas en Sodoma pero también estableció allí su corazón
por eso no fue capaz de salir de Sodoma sin voltear a ver (Gen.19:26).
No es de extrañar que
esta epístola tan importante la haya escrito un hombre que aprendió estas
verdades gloriosas a través de un proceso de consagración y santificación en el
cual llegó a tal entendimiento que no le importó no solo dejarlo todo por
Cristo, sino extender sus brazos y dar su vida por el Señor. Es sin duda
una de las razones por las cuales le fue inspirada por el Espíritu Santo. Por
ello nadie puede hablar con autoridad de algo si no lo vive primero.
Desarrollo:
El proceso de
consagración y santificación no se puede llevar a cabo si no es con un corazón
agradecido (Rom.1:21; Ef.5:20). Solo un corazón con entendimiento y revelación
divina posee agradecimiento. Esto puede medirse de acuerdo a la dimensión en la
que adoramos al Señor. Nuestra adoración nos delata. El Señor dijo que al que
más se le perdonaba, más amaba (Luc.7:47). Cuando El expresó estas
palabras no se refería necesariamente a la cantidad de pecados perdonados sino
al entendimiento de la profundidad de lo que hicimos contra Dios y la
inmensidad de su amor que cubrió la multitud de nuestros pecados, porque no hay
pecado grande ni pequeño, blanco o negro, todos ofenden a Dios y nos separan de
El (Rom.3:23).
Un corazón agradecido
es clave para someterse al proceso de consagración y santificación porque
necesitamos obedecer, es decir someter nuestra voluntad a Dios y esto no se
logra cuando hemos perdido la gratitud (2Cor.8:11,12). Amar el atrio.
Consagración:
Pedro le suplica a
los “santos” que vivan como extranjeros y peregrinos en la tierra y que se
abstengan de los deseos carnales que combaten contra el alma (1 Ped
2:11). Allí menciona algunas cosas que debemos tomar en cuenta: Dar buen
testimonio, no devolver mal por mal, sujetarse a las autoridades (Rom 13:1),
refrenar la lengua del mal y los labios de engaño, honrar al que merece honra,
apartarnos del mal y hacer el bien, amar a los hermanos, buscar la paz y
seguirla (1 Ped 3:11), temer a Dios, tener buena conciencia (1 Ped 3:16), hacer
morir las obras de la carne (Gal 5:22). La Palabra nos enseña de qué debemos
apartarnos o abstenernos y qué cosas debemos procurar hacer. Veámoslo en
el siguiente cuadro:
APARTARSE DE
|
PROCURAR
|
Sensualidad,
lujurias, orgías, borracheras, embriagueces, Abominables idolatrías (1 P.4:3);
iniquidad
|
Ser prudentes, de
espíritu sobrio para la oración, Ser fervientes en amor unos por otros, ser
hospitalarios.
(Lc 12:58)
Arreglarse con el adversario mientras vamos en el camino, presentarnos a Dios
como obreros que no tienen de qué avergonzarse. (2 P. 3:14) Ser
hallados sin mancha. (2 P. 1:10) Hacer firme nuestra vocación (2 Cr
5:9) Serle agradables a Dios. (2 Tim 2:15)
|
Recordemos que esa es
nuestra parte y que la Biblia dice que solo llenos del Espíritu podemos hacer
morir las obras de la carne (Rom 8:13).
A continuación
estudiaremos las formas de cómo alcanzamos la santificación.
1. Los
rociamientos de la sangre nos santifican (Heb 13:12)
La Biblia nos enseña
en (1P.1:22) que el orden divino es obedecer para ser rociados, pues el ser
rociados será una consecuencia de la obediencia. En este pasaje vemos la obra
de Dios Padre para predestinar y elegir, la obra del Hijo para redimir,
la obra del Espíritu Santo para santificar y nuestra parte que es obedecer,
porque nosotros no podemos santificarnos a nosotros mismos, eso sólo lo puede
hacer Dios por medio de su Espíritu Santo. Nuestra parte es entonces
consagrarnos, apartarnos del pecado e inmundicia por amor a El.
Los sacerdotes eran
santificados con una unción de aceite santo (figura del Espíritu Santo), eran
revestidos de ropas consagradas (acciones justas de los santos) (Ap.19:8), y
mediante sacrificios (Cristo) y la sangre de la expiación (rociamientos), (Ex
29:1,5,7). La Biblia dice que el que tiene esta esperanza se purifica a sí
mismo así como El es puro (1 Jn 3:3).
2.
El sufrimiento nos enseña a obedecer ( 1 Ped 1:22)
La escritura nos
enseña que nuestro Señor Jesucristo aprendió obediencia a través del
sufrimiento. El, como Dios, no tenía necesidad de someterse a nadie pero como
hombre sí y no solo lo hizo, sino nos dejó ejemplo de obediencia hasta la
muerte y muerte de cruz (Fil.2:8). Hay sufrimiento por causas injustas, a eso se
le llama sufrir por la causa del Señor, pero hay sufrimiento que nosotros lo
provocamos por nuestras malas decisiones, pero aun allí Dios nos enseña que
desobedecer es doloroso y que la próxima vez vamos a pensarlo dos veces
antes de hacerlo.
3. El soportar
la disciplina nos hace partícipes de la santidad de Dios (Heb 12:10)
Dios nos disciplina
cuando después de habernos instruido escogemos desobedecer. Lo hace
porque nos ama, para que podamos participar de su santidad (Heb.12:5,6). Solo
aplica su disciplina a los que son hijos legítimos. A los ilegítimos no los
disciplina ni los corrige, los está reservando para el gran juicio final.
La Palabra nos limpia
para santificación (Ef.5:26) Palabra) y espera que ésta le dé una cosecha, un
fruto. Esto quiere decir que cuando nosotros oímos la Palabra, debemos
ponerla por obra. La primera lección es teórica: “la Biblia dice...”,
pero la segunda lección es práctica: “...la palabra se hizo carne.” Como
el hombre sabio que edificó su casa sobre la roca y aunque vino la prueba, su
casa no fue derribada (Luc.6:48,49). La prueba viene para examinar si la
Palabra que oímos se hizo carne, o la dejamos caer a tierra.
Al pueblo de Israel
no le aprovechó oír la Palabra porque no iba acompañada o mezclada con fe, por
eso no la accionaban.
Cuando consagraban a
un sacerdote, la Biblia nos narra que le aplicaban sangre en el lóbulo derecho
de su oreja (para oír la Palabra que limpia), en el pulgar derecho de la mano
(para hacer buenas obras preparadas de antemano para andar en ellas) y en el
pulgar derecho del pié (para caminar rectamente). (Ex 29:20)
Hay una figura en la
Palabra que nos ilustra bien este proceso, es la historia de Naamán el sirio
que fue enviado a sumergirse a las aguas del Jordán (figura de la Palabra)
siete (número de perfección ) inmersiones, hasta que su piel leprosa (figura
del pecado) fue limpiada por completo (Jn 15:3).
4. La
manifestación o Parousía del Señor culminará la obra santificadora (Fil 1:6):
La santificación es
un proceso que culminará cuando seamos transformados. (1 Ped 1:13) Pedro
nos habla de poner nuestra esperanza en la gracia
que está reservada para cuando el Señor se manifieste en su parousía (
Gr. Charis = influencia divina sobre el corazón del hombre que se refleja sobre
su vida produciendo gratitud). El Apóstol Juan nos dice que al verlo tal como
El es, seremos perfeccionados (1 Jn 3:2). Pablo nos dice que cuando El se
manifieste quiere hallarnos irreprensibles en nuestro espíritu, alma y cuerpo
para que nos santifique por completo, es decir que durante la parousía,
el Señor, el Dios de paz, le dará los últimos toques a la novia para que pueda
ser perfeccionada y llevársela para casarse con ella (1 Tes 5:23).
Conclusiones:
·
Resumiendo
podemos decir que Dios nos predestinó para ser hechos conforme a la imagen del
Hijo quien es santo y perfecto pero esto se llevará a cabo a través de la
consagración y los rociamientos de la sangre de Cristo que son aplicados a
nuestra vida como consecuencia de la obediencia.
·
Esta obra
la hace el Espíritu Santo, cuando nos sometemos a su señorío.
·
Dios
siempre ha anhelado la obediencia antes que el sacrificio, para lo cual es
preferible escudriñar constantemente nuestro corazón, la motivación con la cual
hacemos la obra de Dios.