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Doctrina de la Salvación
- La Creación del Hombre
- La relación del hombre Físico-espiritual con su
Creador
- La caída del hombre
- Consecuencias
del pecado
- La imputación del pecado
- La
depravación
- La inhabilidad
- Responsabilidad
- La misión soteriológica de Dios en el mundo
Lección 1
Para intimar y creer en la Doctrina de la Salvación, es necesario
intimar y conocer la creación del hombre, su perfecta relación moral-espiritual
con su creador; posteriormente se ubicará desde y partir del texto bíblico las consecuencias
del primer pecado en la primera pareja humana
y sus efectos posteriores en el resto de la humanidad.
1.1
Es la obra
directa de Dios “Y creó Dios al hombre...” el termino hombre en
Hebreo significa Adam: “Todo género humano” (Gn.1:27a), pero también este es un
nombre propio: Adán. El hombre: “... fue formado del polvo de la tierra (Adama
= suelo o tierra cultivable), y soplo en su nariz aliento de vida, y fue el
hombre (Adam) un ser viviente” (Gn.2:7) El hombre está constituido por dos
partes, una inmaterial y la otra material. La unión de ambas partes forma al
ser humano y todo intento de reducir o exaltar
una de las dos nos haría salir del marco bíblico.
1.2
Como creación
divina el hombre destaca inicialmente por dos cosas:
Primero es creado a la
imagen de Dios: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen,
conforme a nuestra semejanza[1][1]; y señoree en los peces del mar, en las
aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se
arrastra sobre la tierra” (Gn.1:26)
“...ha imagen de Dios lo
creo...” (Gn.1:27b) esta creación especial enfatiza que el hombre ha sido
creado con características especiales que le permiten entrar en una relación
personal con su hacedor.
En segundo lugar, él es el
mayordomo de la creación divina: “Y los
bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y
sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn.1:28)
1.3
Dios ha creado
al hombre como un ser sexuado:
“...varón y hembra los creó”
(Gn.1:27c; Mt.19:4; Mr.10:6) Dios hizo tanto al hombre como a la mujer a su
imagen. Ninguno de los dos fue hecho más a la imagen de Dios que el otro. Desde
el principio vemos que la Biblia coloca tanto a uno como al otro en el pináculo
de la creación de Dios. Ninguno de los sexos es exaltado ni despreciado. Otra
formulación al respecto es una aberración que Dios castiga con juicio divino:
2.1. Es perfecta: Dios le Habla: “...le dio esta
orden: “Puedes comer del fruto de todos los árboles del jardín, 17menos
del árbol del bien y del mal. No comas del fruto de ese árbol, porque si lo
comes, ciertamente morirás.” (DHH-Gn.2:16_17) El
hombre oye y habla con Dios: “...Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo:
¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve
miedo, porque estaba desnudo; y me escondí
2.2. La condición de esta relación perfecta. La obediencia: “Y
mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer;
17 mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el
día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn.16-17) El comportamiento y los hábitos del hombre no
son indiferentes para Dios. El hombre es capaz de decidir por sí mismo lo que
va hacer, de este modo comprendemos mejor la naturaleza del hombre. El mismo
tiene voluntad propia y puede ejercerla incluso en contra de la voluntad de su
creador.
3.1.
El hombre es
tentado por la serpiente, conocida también como el gran Dragón, serpiente antigua, diablo Satanás, engañador (Ap.12:9)
3.2.
El hombre cede
a la tentación (Gn.3:6-7) y las consecuencias inmediatas es doble: Primero, el conocimiento de
la culpa y la inmediata separación de Dios (“se escondieron”), con quien había
habido hasta ese momento un compañerismo diario interrumpido.
Segundo, la sentencia de la maldición, que
decreta labores, tribulaciones, y muerte para el hombre mismo, arrastrando
consigo inevitablemente todo el orden creado, del cual el hombre es la corona.
Toda aquella relación
perfecta de ahora en adelante ya no seria la misma, los efectos son fatales
para el mismo hombre.
- Consecuencias para la raza humana
El desenvolvimiento de la
historia del hombre proporciona un catálogo de vicios (Gn. 4.8, 19, 23s; 6.2–3,
5). Y a razon de ella es la virtual destrucción de la humanidad (Gn. 6.7, 13;
7.21–24). La caída tuvo efectos duraderos, no sólo en Adán y Eva, sino también
sobre todos los que de ellos descienden.
- Consecuencias para la creación
“Maldita será la tierra por tu causa” (Gn.
3.17; cf. Ro. 8.20). El hombre es corona de la creación, hecho a imagen de
Dios, y, en consecuencia, es administrador de Dios (Gn. 1.26). El pecado es un
hecho que afecto al espíritu humano, pero que ha repercutido en toda la
creación.
c. La aparición de la muerte
La muerte es el efecto de la
desobediencia (Gn. 2.17), y es expresión directa de la maldición de Dios sobre
el hombre pecador (Gn. 3.19). la muerte es la separación de lo inmaterial del
hombre con el cuerpo (Mt.22:32). Esta disolución ejemplifica el principio de la
muerte, a saber, la separación, y alcanza su expresión extrema en la separación
de Dios (Gn. 3.23s). A causa del pecado la muerte provoca temor y terror en el
hombre (Lc. 12.5; He. 2.15)
5. La imputación del pecado
a.
En Adán toda la
humanidad es pecadora El primer pecado de Adán tuvo un significado único
para toda la raza humana (Ro. 5.12, 14–19; 1 Co. 15.22). Aquí se hace hincapié
en forma sostenida en la sola y única transgresión de un solo hombre como
aquello por lo cual el pecado, la condenación, y la muerte recayeron sobre toda
la humanidad. Se identifica al pecado como “la transgresión de Adán”, “la
transgresión del uno”, “una transgresión”, “la desobediencia de uno”, y no
puede haber duda de que aquí se hace referencia a la primera transgresión de Adán.
En consecuencia, la cláusula “por cuanto todos pecaron” en Ro. 5.12 se refiere
al pecado de todos en el pecado de Adán.
No
puede referirse a los pecados que cometen todos los hombres, y mucho menos a la
depravación hereditaria que aflige a todos, porque en el vv. 12 la cláusula en
cuestión dice claramente por qué “la muerte pasó a todos los hombres”, y en los
versículos siguientes se expresa que “la transgresión de uno solo” (v. 17) es
la causa del reinado universal de la muerte. Si no se refiriese al mismo
pecado, Pablo estaría afirmando dos cosas diferentes con referencia al mismo
asunto en el mismo contexto. La única explicación en cuanto a las dos formas de
expresión es que todos pecaron en el pecado de Adán. Podemos hacer la misma
inferencia sobre la base de 1 Co. 15.22, “en Adán todos mueren”. Si todos
mueren en Adán, la razón es que todos pecaron en él.
Según
la Escritura, el tipo de solidaridad con Adán que explica la participación de
todos en el pecado de Adán, es el tipo de solidaridad que Cristo mantiene con
aquellos que están unidos a él. El paralelo en Ro. 5.12–19; 1 Co. 15.22, 45–49
entre Adán y Cristo indica el mismo tipo de relación en ambos casos, y no
tenemos necesidad de postular nada más definitivo en el caso de Adán y la raza
que lo que encontramos en el caso de Cristo y los suyos. En este último caso se
trata de una cabeza representativa, y esto es todo lo que hace falta para
afirmar la solidaridad de todos en el pecado de Adán. Decir que el pecado de
Adán se imputa a todos es decir que todos estuvieron involucrados en su pecado,
en razón de ser él la cabeza representativa.
Aunque
la imputación del pecado de Adán fue inmediata, como se puede comprobar por el
testimonio de los pasajes pertinentes, el juicio de condenación que recayó sobre
Adán, y en consecuencia sobre todos los hombres en él, se considera confirmado,
en la Escritura, en cuanto a su justicia y corrección, por la experiencia moral
subsiguiente de cada hombre. De ese modo, queda ampliamente corroborado Ro.
3.23, que “todos pecaron”, por referencia a los pecados específicos y visibles
de judíos y gentiles (Ro. 1.18–3.8), antes de que Pablo haga referencia alguna
a la imputación en Adán. De manera similar la Escritura relaciona
universalmente el juicio final del hombre ante Dios con sus “obras”, que no
alcanzan a cumplir las exigencias divinas (cf. Mt. 7.21–27; 13.41; 25.31–46;
Lc. 3.9; Ro. 2.5–10; Ap. 20.11–14).
El rechazo de
esta doctrina no sólo indica incapacidad de aceptar el testimonio de los
pasajes pertinentes, sino también incapacidad de apreciar la estrecha relación
que existe entre el principio que gobierna nuestra relación con Adán, y el que
gobierna la operación de Dios en la salvación. El paralelo entre Adán como
primer hombre y Cristo como último Adán muestra que la realización de la
salvación en Cristo está basada en el mismo principio operativo que aquel por
medio del cual nos convertimos en pecadores y herederos de la muerte. La
historia de la humanidad queda finalmente resumida bajo dos complejos: pecado-condenación-muerte
y justicia-justificación-vida. El primero surge de nuestra unión con Adán; el
segundo proviene de nuestra unión con Cristo. Estas son las dos órbitas en las
que vivimos y nos movemos. El gobierno de los hombres por parte de Dios se
lleva a cabo
Por lo expuesto, es conveniente tener presente esta realidad
espiritual con sus afecciones morales, pues ante tal situación, la Doctrina de
la Salvación se erige como la acción de Dios en pleno amor y misericordia con
los perdidos.
El pecado nunca consiste simplemente en un acto voluntario de
transgresión. Toda volición surge de algo que tiene raíces más profundas que la
volición misma. Un acto pecaminoso es la expresión de un corazón pecaminoso
(cf. Mr. 7.20–23; Pr. 4.23; 23.7). El pecado siempre ha de incluir, por lo
tanto, la perversidad del corazón, la mente, la disposición, y la voluntad.
En
consecuencia, la imputación del pecado de Adán a la posteridad debe comprender
la participación en la perversidad, aparte de lo cual carecería de sentido el
pecado de Adán, y su imputación se convertiría en una abstracción imposible.
Pablo expresa que “por la desobediencia de un hombre los muchos fueron
constituidos pecadores” (Ro. 5.19).
La depravación
que supone el pecado, y con la cual todos los hombres llegan al mundo, es por
esta razón consecuencia directa de nuestra solidaridad con Adán en su pecado
“he aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” (Sal.
51.5)
El testimonio
de la Escritura con respecto a la capacidad de penetración de dicha depravación
es explícito. Gn. 6.5; 8.21 presenta un caso cerrado. El mal ha permanecido aun
el hombre antes y después del diluvio (cf. Jer. 17.9–10; Ro. 3.10–18),
Nada
menos que un juicio de depravación total es la clara inferencia de estos
pasajes, e. d. que no hay área o aspecto de la vida humana que quede absuelta
de los sombríos efectos de la condición del hombre caído, y en consecuencia, no
hay área que pudiera servir de base para la justificación del hombre por sí
mismo frente a Dios y su ley.
La
depravación total (total, es decir, en el sentido de que engloba todo) no es
incompatible con el ejercicio de las virtudes naturales y la promoción de la
justicia civil. El hombre no regenerado todavía está dotado de conciencia, y la
obra de la ley está escrita en su corazón, de modo que en alguna medida, y en
ciertos puntos, cumple sus requerimientos (Ro. 2.14s).
7. La inhabilidad
La
inhabilidad se refiere a la incapacidad que proviene de la naturaleza de la depravación.
Si la depravación es total, e. d. que afecta todos los aspectos y las áreas de
la persona, entonces la inhabilidad para lo que es bueno y agradable a Dios
también es inclusiva en su referencia.
No podemos cambiar
nuestro carácter o actuar en contra de él. En lo que se refiere a comprensión,
el hombre natural no puede conocer las cosas del Espíritu de Dios, debido a que
se disciernen espiritualmente (1 Co. 2.14). Con respecto a la obediencia a la
ley de Dios, no sólo no está sujeto a la ley de Dios, sino que no puede estarlo
(Ro. 8.7). Los que están en la carne no pueden agradar a Dios (Ro. 8.8). El mal
árbol no puede dar buen fruto (Mt. 7.18). En cada caso la imposibilidad es
innegable. Es nuestro Señor mismo quien afirma que es imposible tener fe en él
aparte del don del Padre y su llamamiento (Jn. 6.44s, 65). Este testimonio del
Señor concuerda con su insistencia en que aparte del nacimiento sobrenatural de
agua y del Espíritu nadie puede adquirir una apreciación inteligente del reino
de Dios, ni entrar en él (Jn. 3.3, 5s, 8; cf. Jn. 1.13; 1 Jn. 2.29; 3.9; 4.7;
5.1, 4, 18).
8. Responsabilidad
Como
el pecado es contra él, Dios no puede pasarlo por alto o ser indiferente con
respecto al mismo. Dios reacciona inevitablemente contra él. Esta reacción es,
específicamente, su ira. La frecuencia con que la Escritura menciona la ira de
Dios nos obliga a considerar su realidad y su significado.
El
AT emplea diversos términos. En heb., <af, en el sentido de “enojo”, e intensificado en la forma h‡roÆn <af para expresar “la intensidad de la ira de Dios” es
muy común (cf. Ex. 4.14; 32.12; Nm. 11.10; 22.22; Jos. 7.1; Job 42.7; Sal.
21.9; Is. 10.5; Nah. 1.6; Sof. 2.2); heµmaÆ
también
es frecuente (cf. Dt. 29.23; Sal. 6.1; 79.6; 90.7; Jer. 7.20; Nah. 1.2); <eb_raÆ (cf. Sal. 78.49; Is. 9.19;
10.6; Ez. 7.19; Os. 5.10) y qes\ef
(cf.
Dt. 29.28; Sal. 38.1; Jer. 32.37; 50.13; Zac. 1.2) se emplean con suficiente
frecuencia como para merecer mención; za>am también es
característico, y expresa la idea de indignación (cf. Sal. 38.3; 69.24; 78.49;
Is. 10.5; Ez. 22.31; Nah. 1.6). Es evidente que el AT está lleno de referencias
a la ira de Dios.
Los
términos gr. son orgeµ y thymos, el primero frecuentemente
con referencia a Dios en el NT (cf. Jn. 3.36; Ro. 1.18; 2.5, 8; 3.5; 5.9; 9.22;
Ef. 2.3; 5.6; 1 Ts. 1.10; He. 3.11; Ap. 6.17), y el último menos frecuentemente
(cf. Ro. 2.8; Ap. 14.10, 19; 16.1, 19; 19.15; véase zeµlos en He. 10.27).
La ira de Dios no es una
acción de pasión antojadiza humana, no
es una venganza sino una santa indignación, puesto que en su justo juicio no
hay malicia mas bien una justa detestación, `por ultimo no debemos limitar la
ira de Dios a su voluntad de castigar. La ira es una manifestación positiva de
su insatisfacción, tan segura como lo es su complacencia ante lo que le agrada.
No debemos privar a Dios lo que nosotros llamamos emoción. La ira de Dios tiene
su paralelo en el corazón humano, ejemplificado de manera perfecta en Jesús
(cf. Mr. 3.5; 10.14).
La consecuencia de la culpabilidad del pecado es, por lo tanto, la
santa ira de Dios. Como el pecado nunca es impersonal, sino que existe en las
personas, y es cometido por ellas, la ira Kde Dios consiste en el desagrado que
recae sobre ellas; nosotros somos objeto de ella. El sentimiento de culpa y el
tormento de la conciencia son reflejo, en nuestro nivel consciente, del
desagrado de Dios. La esencia de la perdición final consistirá en la aplicación
de la indignación de Dios (cf. Is. 30.33; 66.24; Dn. 12.2; Mr. 9.43, 45, 48).
LA
MISIÓN SOTERIOLOGICA DE DIOS EN EL MUNDO
Lección 2
Esta iniciativa de salvación
se ha expresado a través de un plan puesto en marcha en la eternidad, plan de
misión redentora a favor del hombre caído. Misión de amor que se ha dado a
conocer en este mundo por medio de la obra redentora en Cristo Jesús. Uno de
los versos que nos revela la magnitud y esplendor de esta misión ágape es Juan
3:16 el mismo que es comentado en la liturgia Anglicana como un “evangelio
en miniatura” puesto que este
verso es una interpretación precisa y maravillosa de la misión y mensaje de
nuestro Señor.
”Porque de tal manera amó
Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él
cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”
Su equivalente
en el idioma griego
ou{tw"
ga;r hjgavphsen oJ qeo;" to;n kovsmon, w{ste to;n uiJo;n to;n monogenh`
e[dwken, i{na pa`" oJ pisteuvwn eij" aujto;n mh; ajpovlhtai ajllÆ
e[ch/ zwh;n aijwvnion.
Exegesis Juan
3:16
a.
Porque de tal manera amó Dios al mundo” lit. “así demostró Dios su amor”:
ga;r: El uso de la
conjunción gar esta muy al estilo de Juan para introducir sus comentarios
(2:25; 4:8; 5:13 etc.)
hjgavphsen, es un aor. En
voz activa. Sing. en 3ª persona de agapao. Ama.. Denotando un acto que
demuestra o expresa amor, El aoristo amó implica la idea de un acto supremo y
único de amor; el objetivo del amor divino en este pasaje es el mundo. La
palabra denota benevolencia inconquistable y buena voluntad invencible.
Este mismo termino agapao, se emplea también del amor de
los hombres para con los hombres (Jn. 13:34), el amor a este mundo
incluye a la totalidad de la raza humana.
b.
“que ha dado a su Hijo unigénito lit. “llegando a dar a su unigénito hijo”;
Hendriksen[2][2]
traduce literalmente” “que a su hijo, el unigénito, dio”
w{ste. La cláusula
adverbio indicativo, tiene el sentido, de tal suerte... que, de modo... que,
aparece en el griego clásico solo cuando indica una acción con resultados
inmediatos, del presente.
e[dwken, entrego, ha
dado, dar , este término tienen un sentido expiatorio y sacrificial mas
explicito que “envío” y sirve para acentuar el amor (Gn. 22:2; Hb. 11:17; Mt.
21:33-46¸Mr. 12:1-12; Lc. 20:1-19) Entregar es mas que enviar como legado, con
misión autentica, y más que encarnar. La encarnación y la misión quedan aquí
orientadas hacia la redención.
to;n
uiJo;n to;n monogenh e[dwkenv, Este término no se aplica a su encarnación, sino
a su estado eterno, a su condición de ser singular.
Dios no ha
dejado a la humanidad desamparada, su amor trasciende lo humano de tal forma
que dio a su hijo Unigénito, no solo en la encarnación, sino también en la
muerte y en la resurrección.
c.
No se pierda, mas tenga vida eterna
Ajpovlhtai, 3ª persona sing., aor. Subjuntivo, voz media de
apollumi. Perder o destruir, esta cláusula no significa solamente: no pierda la existencia física; ni
tampoco quiere decir: no sea aniquilado. Como indica el contexto (vr. 17), la
perdición de que habla este versículo se refiere a la condenación divina,
completa y eterna, de forma que el condenado queda expulsado de la presencia
del Dios de amor y mora en la presencia de un Dios de ira. Recordemos que
perderse es el antónimo de salvarse.
Mas
tenga vida eterna: Esta es la vida que
pertenece al futuro, al reino de la gloria, pasa a ser posesión del creyente
aquí y ahora; es decir, en principio.
La cláusula pa`" oJ pisteuvwn eij" aujto;n mh;, es una peculiar composición idiomática con
el significado de: ninguno de los que creen se perderá.
d. Características del amor
salvador de Dios
Autor: Dios
Objetivo: El Mundo (raza humana).
Medio: Su Hijo (La gracia es la entrega del hijo
motivada por un propósito)
Propósito: Salvación.
1.
El orden de la Salvación
Esta orden de salvación
tiene dos estados bien definidos: La Ley y la Gracia, sin embargo es bueno
anotar que se llama “orden de salvación” al proceso por el que la salvación se
aplica o administra a las personas que son salvas, este orden nace o surge en
Dios, pues él es quien determina el decreto, el medio del rescate (la cruz),
Dios suministra el ES. La fe
justificante, el arrepentimiento transformante y la perseverancia del creyente,
mientras que el hombre incapaz de
aportar por si mismo ninguna contribución, se limita a extender la mano de la
fe y recibir el don de Cristo que es salvación y vida eterna.
1.1 La Ley
La Ley[3][3] tenía una misión:
1.1.1 Poner
un alto a la corrupción del corazón humano (Rom. 7:7)
1.1.2
Manifestar la voluntad divina para con su pueblo en el orden moral (Ex. 19;
20:24)
1.1.3 Servir
de ayo o paidagogos[4][4]. Gal. 3.24-25, dice que la ley era nuestro ayo para llevarnos a
Cristo..., ya no estamos bajo el paidagogos mas venida la fe ya
no estamos bajo el paidagogos (VP. Dice: “la ley se hizo cargo de
nosotros, como si fuéramos niños”). Cuando el apóstol Pablo hablaba de que la
ley era nuestro ayo (paidagogos) para llevarnos a Cristo, en la
misma frase, afirmaba que la ley era inadecuada e insatisfactoria, llamada a
terminar.
Esta es otra forma de decir que Cristo es el
fin de la ley (Rom. 10:4).
1.1.4 Esta
misma ley es la que convence de pecado (Rom. 3:20)
1.1.5
Exacerba el sentido del pecado, por la conocida reacción Psicológica que
nos incita a hacer lo que se nos
prohíbe taxativamente (Rom. 7:7-21).
1.1.6 Muestra
la necesidad del evangelio de gracia y del poder del Espíritu Santo superior a
nuestras fuerzas, par cumplir la ley.
Jesús fue el único que cumplió lo que no pudo
cumplir el hombre poniendo al amor, el espíritu de Cristo y el evangelio como
el único medio para cumplir la ley, (Rom. 8:3-4; 13:8-10; 1Cor. 9:21; Gal.
5:14; 6:2)
Ps.
Arturo Benito San Borja-
Lima Perú
[1][1] [1][1] Selem y demut , se traduce “imagen y semejanza” son
las capacidades esenciales para poder comunicarse con Dios” 1.26 ¿Cómo es que somos hechos a
semejanza de Dios? Obviamente, Dios no nos creó exactamente como Él, porque
Dios no tiene cuerpo físico. En cambio, somos reflejo de la gloria de Dios.
Algunos piensan que nuestro raciocinio, creatividad, poder de comunicación o
autodeterminación es la imagen de Dios. Más bien, es todo nuestro ser el que
refleja la imagen de Dios. Nunca llegaremos a ser totalmente iguales a Dios,
porque Él es nuestro Creador supremo. Pero sí tenemos la capacidad de reflejar
su carácter en nuestro amor, paciencia, perdón, bondad y fidelidad.
El
saber que fuimos creados a semejanza de Dios y por lo tanto poseemos muchas de
sus características, nos proporciona una base sólida para nuestra autoestima.
Nuestro valor no se basa en posesiones, logros, atractivo físico o
reconocimiento público. En cambio se fundamenta en el hecho de haber sido
creados a semejanza de Dios. Debido a que somos semejantes a Dios podemos tener sentimientos positivos acerca de
nosotros mismos. El criticarnos o degradarnos equivale a criticar lo que Dios
ha hecho. Saber que usted es una persona que tiene valor le da la libertad de
amar a Dios, de conocerlo personalmente y de hacer una contribución valiosa a
aquellos que lo rodean.
[3][3] [3][3] El uso paulino de nomos no es uniforme, pero el estudio de los contextos
específicos en que aparece permite clasificarlo de la siguiente manera, como
referido a:
1. El canon del Antiguo Testamento, en Ro 2.12–14, 17, 18, 23, 25–27;
3.19–21; 7.1, 2.
2. El decálogo promulgado en Sinaí (o sea, la Ley que Dios revela
específicamente para los redimidos), en Ro 3.31; 7.3–9, 12, 14, 16; 8.3, 4;
9.4; 10.5; 13.8, 10; Gl 3.10, 12, 13, 17, 19, 21, 24; 4.21b; 5.3, 14.
3. La Ley
de Dios revelada en forma general, en Ro 4.15, 16; 5.13, 20; 7.22, 25; 8.7.
4. La Ley
de Dios escrita en los hombres (® Conciencia),
en Ro 2.14b, 15.
5. Un principio que gobierna positivamente, en Ro 3.27a («ley de la
fe»); 7.2 («ley de la esposa»); 7.21 («ley del mal que está en mí»); 7.23, 25b
(«ley en mis miembros», «de mi mente», «del pecado»); Gl 5.23 («no hay ley en
contra»); 6.2 («ley de Cristo»).
6. Un principio que gobierna negativamente, o sea, el uso del legalismo
o las obras de la Ley
para justificarse delante de Dios, en Ro 3.20a, 21, 27, 28; 4.13, 14; 6.14;
9.31, 32; 10.4; Gl 2.16, 19, 21; 3.2, 5, 10a, 11, 18, 21b, 23; 4.4, 5, 21a;
5.4, 18; 6.13[3][3]
[4][4] El paidagogo era un criado que tenia muchos años de
servicio a su amo y una de las tareas ultimas era el de llevar al niño al
colegio, y la vez le enseñaba buenos modales llegándole a corregir cuando los
pequeños hacían algún tipo de
travesuras.
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