La obra del
ministerio y la edificación
del cuerpo de Cristo
Lic. Rubén Chacón
Estudio acerca de Efesios 4:10-14, una fundamentación
escritural acerca del ministerio de la Iglesia. (Ef.
4:10-14ª).
BOSQUEJO
1. El Propósito de
Dios: Ef. 4:10: “El que descendió, es el mismo que también subió por encima
de todos los cielos para llenarlo todo”.
2. La estrategia de Dios: Ef. 4:11-12: La estrategia
comprende dos partes:
2.1. Los ministros de la Palabra: Ef. 4:11: “Y él mismo constituyó a
unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y
maestros, a fin de perfeccionar a los santos…
2.2. Los santos: Ef. 4:12: “…perfeccionar a los santos para la obra del
ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”.
3. El cumplimiento
del Propósito: Ef. 4:13: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y
del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la
estatura de la plenitud de Cristo”.
Introducción
I. El Propósito (4:10).
El que descendió –nuestro bendito Señor Jesucristo- es el
mismo que ascendió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Cristo
fue exaltado hasta lo sumo para llenarlo todo. La pregunta, no obstante es: ¿De
qué o con qué Cristo va a llenarlo todo? La respuesta es: Cristo va a llenarlo todo
de él mismo. Este es su propósito. La historia tiene un final ya determinado:
Todo va a ser lleno de Cristo. Para que esto fuera posible, Jesucristo tuvo que
descender primero a las partes más bajas de la tierra, y luego subir victorioso
–llevando cautiva la cautividad- hasta el mismo trono de su Padre (Ap. 3:21).
¡Bendito es el Señor que pagó el precio y aseguró la victoria para siempre!
Ahora bien, por lo que veremos más adelante, nos daremos
cuenta de que este propósito de Dios de llenarlo todo de su Hijo se refiere a
la humanidad y específicamente a la iglesia. La tierra será finalmente habitada
por una raza de hombres y mujeres que estarán llenos de Cristo. ¡Aleluya!
Efesios 4:10 nos da a conocer, entonces, el objetivo
divino, la meta de Dios. Ahora bien, a partir del versículo 11 se nos muestra
la estrategia que siguió, y sigue, nuestro bendito Señor a fin de conseguir su
propósito. Si en el versículo 10 tenemos el “qué”, aquí, podemos decir que
tenemos el “cómo”. No sólo necesitábamos saber el propósito, sino también la
estrategia, dado que ambas cosas tienen directa relación con nosotros. La
iglesia de nuestro Señor Jesucristo no sólo es la meta de Dios, sino también su
estrategia.
II. La estrategia (4:11-12).
La estrategia en su primera parte consiste en que
Jesucristo mismo constituyó –en su iglesia- a unos como apóstoles; a otros, en
calidad de profetas; a otros, como evangelistas; y a otros, como pastores y
maestros. Esta fue y es la primera acción que emprende nuestro Señor para el
logro de su objetivo. Y en efecto, cuando miramos en el libro de los Hechos,
vemos comprobada esta verdad. En el mismo día en que nació la iglesia, Cristo
manifestó en ella a los apóstoles. Posteriormente, Jesucristo por medio del
Espíritu Santo fue progresivamente levantando los demás ministerios. En Hechos
8 se nos habla de Felipe, el evangelista; en Hechos 11 se menciona a “unos
profetas”, de los cuales se destaca uno llamado Agabo. En Hechos 15 se menciona
a Judas y a Silas, varones principales entre los hermanos, que también eran
profetas. En Hechos 11 se hace mención por primera vez de la presencia de
ancianos en la iglesia. Y en Hechos 13 se dice que en la iglesia que estaba en
Antioquía había profetas y maestros.
Pero el punto a destacar aquí es el siguiente. Este
ministerio de la Palabra ,
plural, diverso y unido, tendría por misión algo bien definido. Cristo
constituyó apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, a fin de
perfeccionar a los santos. Cada ministerio desde su diversidad debe aportar al
logro de un solo fin: La perfección de los santos. Por “perfección de los
santos” se entiende la “capacitación”, el “equipamiento” y el “entrenamiento”
de los santos.
La pregunta que surge ahora es la siguiente: ¿Para qué
hay que perfeccionar a los santos? La respuesta es clara: Para la obra del
ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo. ¿Esta es la segunda
parte de la estrategia de nuestro Señor Jesucristo. ¿En qué consiste? En que
los santos –no los ministros de la
Palabra- realicen la obra del ministerio y la edificación del
cuerpo de Cristo. ¿Te das cuenta? Si te diste cuenta entonces estarás de
acuerdo en que aquí hay algo revolucionario. Porque hasta hoy ¿quiénes han sido
los que principalmente han hecho la obra del ministerio y la edificación del
cuerpo de Cristo? ¿Acaso no hemos sido los ministros de la Palabra ? Efectivamente,
así lo hemos entendido, así lo hemos enseñado y así lo hemos practicado. Pero
¿hemos hecho lo correcto o hemos equivocado el camino? ¡Queridos hermanos,
hemos errado grandemente y causado mucho daño! Observemos:
1. En el intento de hacer nosotros la obra del ministerio
y la edificación del cuerpo de Cristo, hemos realizado imperfectamente la
capacitación de los santos.
2. Los ministros de la Palabra no dan abasto para una obra tan grande
que está destinada a ser hecha por la totalidad de los santos. El resultado ha
sido que –en el intento de hacerlo todo- la tarea no ha sido hecha o ha sido
hecha imperfectamente.
3. Los ministros de la Palabra nos hemos esforzado, sufrido y gastado
por hacer la obra, pero hemos terminado frustrados y decepcionados. Y el costo
ha sido muchas veces este: Hemos edificado la iglesia sobre las ruinas de
nuestra familia.
4. Pero el daño mayor ha sido este: Hemos convertido a
los santos en una masa de gente pasiva e inactiva que permanece en el tiempo
sin crecimiento. Por eso esa frase de Pablo: “…para que ya no seamos niños
fluctuantes”. ¡Hermanos! ¿No están, acaso, nuestras congregaciones formadas
mayoritariamente por niños? Aparte de venir a una o dos convocaciones en la
semana y entregarnos sus diezmos ¿qué más hacen los santos en su gran mayoría?
Si somos honestos tenemos que reconocer que muy poco más. ¿No es cierto?
Y cuando pienso en la causa de todo esto, me aterra
pensar que hemos consentido en este estado de cosas porque a la carne le gusta
y le conviene. En lugar de haber edificado el ministerio de los santos, hemos
edificado nuestro ministerio y a costa de ellos. Seamos honestos ¿No son los
hermanos, en muchos casos, simplemente la plataforma en la que desarrollamos
nuestro ministerio? De esta manera, nuestro ministerio se ha desarrollado y
hemos crecido. Pero ¿qué de los santos? ¿Por qué les hemos hecho creer a los
santos que solamente algunos tienen ministerio? ¿No dice, acaso, la Escritura “cada uno
según el don que ha recibido, minístrelo a los otros? (1 P. 4:10); ¿No dice
también: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para
provecho”? (1 Cor. 12:7). Una cosa es decir que hay diversidad de ministerios;
y otra muy distinta, es decir que sólo algunos tienen ministerio. Nosotros que
–a diferencia de los católicos- creemos en el sacerdocio de todos los creyentes
¿Por qué hemos sido inconsecuentes con nuestra fe? ¡Pastores! Debemos
arrepentirnos, pedir perdón al Señor y cambiar urgentemente. ¿Amén?
La estrategia del Señor es que los ministros de la Palabra perfeccionen a los
santos para que ellos realicen la obra del ministerio y la edificación del
cuerpo de Cristo. Todo esto, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y
del conocimiento del Hijo de Dios… Hoy es probable que los ministros sí llegan
a esta meta; pero, ¿y los santos?. La
NVI dice así al comienzo del versículo 13: “De este modo, todos
llegaremos…” Pero, porque no es de este modo como lo estamos haciendo, la
mayoría no está llegando. ¿Lo ves?.
Para finalizar, creo firmemente que debemos sufrir un
cambio radical de perspectiva. Un cambio de paradigma es lo que necesitamos.
Cómo lo vamos a hacer para corregir la situación
actual debiera ser nuestra inmediata preocupación. Y así
lo haremos Dios mediante.
Primera parte de la estrategia divina:
Perfeccionar a los santos (Ef. 4:11-12ª).
Lo primero que llama la atención del texto en cuestión es
la gran estructura ministerial que ha provisto el Señor para la gloriosa tarea
de perfeccionar a los santos. No es la acción de un individuo ni de un solo
don. La perfección de los santos es tarea de un conjunto de dones: plural,
diverso y unido. Para esta misión no es suficiente un pastor; el texto dice:
“pastores”. Pero, aunque tuviésemos pastores (en plural), tampoco bastaría. Se
requiere además el concurso de apóstoles, profetas, evangelistas y maestros.
Al respecto, hoy –como nunca- tenemos la necesidad de la
restauración de todos los ministerios en la iglesia y de que actúen
mancomunadamente. La unidad de propósito –perfeccionar a los santos- exige
actuar concertadamente. Para lograr poner de pie a todos los santos a servir,
necesitaremos de todos los ministros de la Palabra.
Pero ¿por qué el Señor estableció esta diversidad de
dones para el logro de un mismo objetivo? ¿Qué aportan cada uno de ellos a la
perfección de los santos? Comencemos con los apóstoles. Según el libro de los
Hechos los apóstoles eran los que establecían las iglesias. Su función
principal para este fin era poner el fundamento sobre el cual esa iglesia sería
edificada. El fundamento, como dice Pablo, es Cristo mismo (1 Cor. 3:10-11).
Pero ¿cómo era llevada a cabo esta tarea? En primer lugar, ellos no predicaban
de Cristo, sino a Cristo. Este matiz es muy importante, por cuanto indica que
los apóstoles no comunicaban un mensaje intelectual acerca de Cristo, sino a
Cristo mismo. Las gentes no se quedaban con una información acerca de Cristo,
sino que quedaban con él. De otra manera, no se explicaría cómo muchas iglesias
pudieron sobrevivir “solas”. Pablo, después de un corto tiempo de estar en un
lugar, generalmente tenía que irse de la ciudad producto de la persecución. En
muchas de ellas, no alcanzó a constituir ancianos. No obstante, maravilla de
maravillas, esas iglesias crecían y se desarrollaban. Es que a decir verdad,
nunca quedaron solas. El Señor Jesucristo mismo quedaba con ellos por medio del
Espíritu Santo. Hermoso ejemplo de esto, fue la iglesia en Tesalónica. Pablo no
pudo, al parecer, estar allí más de tres meses. Cuando vuelve Timoteo con
información respecto de ellos, Pablo escribe su primera carta a los
tesalonicenses. Esto fue entre seis a nueve meses después de la visita de Pablo
a ellos. Por la carta sabemos que esta iglesia de no más de un año de
existencia, estaba fuerte y vigorosa. Cuando el fundamento está bien puesto, el
Espíritu Santo es suficiente para sobreedificar la iglesia.
Finalmente, los apóstoles además velaban para que las
iglesias no se apartaran del fundamento y que Cristo permaneciera de una manera
real siendo la cabeza de la iglesia.
Los profetas, por su parte, suplen la ausencia de los
apóstoles. Los profetas mantienen permanentemente en la iglesia la revelación
de Cristo y su obra. La función de ellos tiene relación principalmente con el
fundamento de la iglesia (Ef. 2:20; 3:5).
Los evangelistas, también mantienen la carga apostólica
en la iglesia. En este caso, la carga no es por el fundamento, sino por la
extensión del evangelio. ¡Pastores! La tarea esencial de los evangelistas,
según Pablo, es perfeccionar a los santos; no es evangelizar. Si la
evangelización va a depender sólo de los evangelistas, entonces fracasaremos.
La estrategia divina es que los evangelistas traspasen la carga por los
perdidos a la iglesia, para que sea ella la que se levante a evangelizar.
Únicamente de esta forma la obra será hecha.
Los pastores y maestros enseñan y exhortan a las ovejas
hasta que aprendan a cuidarse mutuamente. Aquí también vale lo que dijimos de
los evangelistas. Si la tarea de visitación, consejería, atención pastoral,
discipulado y pastoreo en general, va a ser llevada a cabo solamente por los
pastores, entonces seguirá ocurriendo lo que hoy ocurre: La gente no es
atendida adecuadamente. Si insistiésemos en hacer la obra pastoral sólo
nosotros, entonces deberíamos seguir el ejemplo del Pastor de pastores. Él
reconociendo las limitaciones que le significó haberse hecho hombre, pastoreó
una iglesia de solamente doce miembros. Pastorear y discipular es hacer lo que
hizo Cristo con los doce. ¿Cómo es posible, entonces, que nosotros intentemos
pastorear y discipular un número mayor de personas? ¿Somos, acaso, mejores que
Cristo? Los pastores y maestros deben, pues, perfeccionar a los santos, para
que ellos aprendan a cuidarse mutuamente. Sólo de esta manera la obra será
hecha.
Segunda parte de la estrategia: La
obra del ministerio.
El Señor Jesucristo, a fin de llenarlo todo de él, ha
constituido apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, con el
propósito de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio y para la
edificación del cuerpo de Cristo. En otras palabras, esto significa que son los
santos los que realizan la obra del ministerio y que son ellos los que realizan
la edificación del cuerpo de Cristo. La tarea de los ministros de la Palabra , esto es,
apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros no es, pues, hacer todo
el ministerio ni realizar solos la edificación del cuerpo de Cristo. Su función
es, más bien, perfeccionar, equipar y capacitar a los santos para dicha misión.
Los dos “para” que se encuentran en el versículo doce,
indican que estamos hablando de dos cosas: La obra del ministerio y la
edificación del cuerpo de Cristo. Veamos, pues, a continuación la primera de
ellas. Como la obra del ministerio se distingue de la edificación del cuerpo
–que es interna- inferimos entonces que la obra del ministerio es el servicio
que realiza la iglesia hacia fuera; no es interna, sino externa. Nótese, por
otra parte, que la obra del ministerio está mencionada en primer lugar,
probablemente para indicar que sin lo primero no se puede producir lo segundo.
La edificación del cuerpo de Cristo supone la obra del ministerio. Por lo tanto,
si la obra del ministerio es el servicio de la iglesia hacia el exterior, esto
es, hacia los incrédulos, significa que la primera tarea que comprende el
servicio de la iglesia es la evangelización. Decimos primera tarea en un
sentido cronológico, porque sin ello no solo no habría posibilidad de hablar de
edificación, sino que ni siquiera habría iglesia. La expresión “la obra del
ministerio” está en singular y seguramente tiene relación con lo dijo Pablo: “Y
todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y
nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo
reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus
pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos
embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os
rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:18-20).
La evangelización es, pues, tarea de todos los santos,
porque son ellos los que llevan a cabo la obra del ministerio. Toda la iglesia,
entonces, debe levantarse a dar testimonio de Cristo. Cada santo, en su medida
y en medio de su ambiente: vecinos, familiares, compañeros de trabajo o de
estudios, debe asumir la responsabilidad de evangelizar a aquellos que no
conocen al Señor Jesucristo.
Ahora bien, llevar a cabo esta tarea supone cambiar
definitivamente algunas cosas respecto de cómo están viviendo sus vidas los
santos.
1. Que todos los salvos por la gracia de Dios tienen una
sola vocación en la vida: Servir a Dios. Somos un reino de sacerdotes, esto es,
un reino de gente que tiene como primera vocación, servir a Dios. Antes que una
persona crea en el Señor Jesucristo, ella puede ser un médico, una enfermera,
un profesor, un comerciante, un albañil. Pero, después de ser salvo, tal
persona tiene una sola vocación principal, la de servir a Dios. ¡Hermanos!
Nuestra primera vocación es ser sacerdotes de Dios. Ya no eres albañil ni
carpintero, eres sacerdote de Dios. ¡Hermano! ¡No gastes tu vida pegando
ladrillos, ni te pases la vida detrás de un escritorio, sin servir a Dios!
2. Que la profesión o el oficio es un medio y no un fin.
La profesión o el oficio ya, nunca más, son la vocación en que gastaremos
nuestra vida. Eso sería haber perdido el tiempo. Ser un sacerdote de Dios si
bien no significa, necesariamente, dejar nuestra profesión u oficio, no
obstante, significa que todas las otras actividades deben subordinarse a ese
fin.
3. Que la profesión u oficio son el medio para
procurarnos el sustento y el abrigo. Pero no más. Cualquier cosa mayor que
esto, de mal procede, aun en el caso del hermano que su gracia es el don de
repartir que consiste, precisamente, en hacer riquezas para Dios. En tal caso,
él vivirá con lo justo y, lo demás, lo pondrá al servicio de la obra.
¡Hermanos! No estamos en este mundo para hacer riquezas o para obtener cosas (1
Tim. 6:6-11).
4. Que debemos discernir a Babilonia. Por “Babilonia”
entendemos el sistema de este mundo que está inspirado y gobernado por el mismo
Satanás. Es Babilonia la que dice que, porque no tenemos, no somos nada. Es
Babilonia, pero no Dios. Es Babilonia la que dice que ser pobre es una
maldición. Es Babilonia la que dice que usar ropa usada es denigrante; es
Babilonia la que enseña que nuestros hijos no deben ponerse la ropa que les
queda de sus hermanos mayores. Es Babilonia la que quiere que corramos tras el
tener, que seamos esclavos de la moda, del consumismo. Pero lo más grave de
Babilonia no es todavía esto, sino el hecho que ella hace de los hombres sus esclavos;
consume el alma de los hombres (Apo. 18:11-13). Babilonia compra almas de
hombres. Los ocupa la mayor parte del tiempo, los cansa, les ocupa los mejores
años de su vida, los gasta, los exprime como un limón y cuando ya no le sirven,
los bota. En este esquema, ¿qué queda para el Señor? Al Señor le quedan las
sobras.
5. Que la religión de Babilonia no cumple las
expectativas divinas. Pagar los diezmos y venir a una o dos reuniones a la
semana, no es vida de iglesia; es la religión de Babilonia. Mientras no gastes
tu vida en la obra del Señor, Babilonia no necesita declararse atea; por el
contrario, te permite vivir tranquilamente tu religión.
6. Algunos consejos prácticos.
·
6.1. En una tarea donde queremos poner en
acción a todos los santos, es mejor hablar de “testificar” que de “predicar”.
La palabra “predicar” asusta a muchos. Testificar, en cambio, es algo que todos
pueden hacer. Debes comenzar a dar testimonio de Cristo: a) A los que te
rodean; b) Testifica lo que hasta aquí has experimentado; c) Lo que no sabes,
lo preguntas.
·
6.2. Con respecto a los trabajos actuales de
los hermanos, ellos deben allí primeramente procurar ser testigos de Cristo.
·
6.3. Si no es posible “testificar” durante el
ejercicio de sus labores, deben procurar hacerlo después del trabajo. Esto
significará –en la práctica- usar las noches para ganar, consolidar, discipular
y enviar.
·
6.4. En el caso que el trabajo no permita
ninguna de las alternativas anteriores debemos, entonces, revisar
cuidadosamente nuestros actuales trabajos. Si tu trabajo te absorbe casi
completamente y no te permite servir a Dios, entonces, debes revisar tu
situación delante de Dios. No estoy diciendo que dejemos los trabajos
irresponsablemente o que hagamos tonteras. Lo que estoy diciendo es que debes
proponerte en el Señor liberar tiempo para él.
Segunda parte de la
estrategia: La edificación del cuerpo de Cristo (Ef. 4:12b).
Esta es la segunda acción que llevan a cabo los santos.
Asombrosamente para nosotros, son ellos los que deben realizar la edificación
del cuerpo de Cristo. Según Efesios 4:16, el cuerpo de Cristo se va edificando
en amor a través de las coyunturas que se ayudan mutuamente. Esta ayuda mutua,
según Pablo, se lleva a cabo según la actividad propia de cada miembro. Este es
el punto. Necesitamos poner en acción la actividad propia de cada miembro,
porque así todo el cuerpo recibe de Cristo su crecimiento para ir edificándose
en amor.
Según la parábola de los talentos, la obra se retrasa o
es impedida no porque fallen los que reciben cinco o dos talentos, sino porque
los que reciben un talento, lo esconden. Ahora bien, entre los santos, los de
cinco o los de dos talentos son los menos; la mayoría son los de un talento. Y
son precisamente ellos -–que son la mayoría- los que no se levantan a servir.
Pero en lo concreto ¿en qué consiste la edificación del
cuerpo de Cristo? ¿cómo la llevan a cabo los santos? Pablo dijo: Las coyunturas
se ayudan mutuamente. Esta mutualidad se expresa en el lenguaje del N. T. con
la expresión “unos a otros”. Esta frase aparece 100 veces en el N. T. Pero
referida a la relación entre creyentes aparece unas 60 veces. Varias de ellas
aparecen repetidas. Por lo tanto, si las contamos una sola vez, nos quedan 27
expresiones distintas que muestran de manera maravillosa y extraordinaria el
cuadro completo de lo que es la edificación del cuerpo de
Cristo realizada por los santos (unos a otros).
Veámoslas:
1. Tened paz los unos con los otros (Mc. 9:50).
2. Debéis lavaros los pies unos a otros (Jn. 13:14).
3. En cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros
(Rom. 12:10).
4. Unánimes unos a otros (Rom. 12:16).
5. Y a la edificación de unos a otros (Rom. 14: 19).
6. Recibíos los unos a los otros (Rom. 15:7).
7. Podéis amonestaros los unos a los otros (Rom. 15:14).
8. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo (Rom.
16:16).
9. Esperaos unos a otros (1 Cor. 11:33).
10. Todos los miembros se preocupen los unos por los
otros (1 Cor. 12:25).
11. Servíos por amor los unos a los otros (Gál. 5:13).
12. Sobrellevad los unos las cargas de los otros (Gál.
6:2).
13. Soportándoos con paciencia los unos a los otros en
amor (Ef. 4:2).
14. Sed benignos unos con otros (Ef. 4:32).
15. Perdonándoos unos a otros (Ef. 4:32).
16. Someteos unos a otros en el temor de Dios (Ef. 5:21).
17. Estimandoos unos a otros como superiores (Flp. 2:3).
18. Alentaos los unos a los otros con estas palabras (1
Ts. 4:18).
19. Animaos unos a otros (1 Ts. 5:11).
20. Seguid siempre lo bueno unos para con otros y para
con todos (1 Ts. 5:15).
21. Considerémonos unos a otros (Hb. 10:24).
22. Confesaos vuestras ofensas unos a otros (Stgo. 5:16).
23. Orad unos por otros, para que seáis sanados (Stgo.
5:16).
24. Tenemos comunión unos con otros (1 Jn. 1:7).
25. Sumisos unos a otros, revestíos de humildad (1 P.
5:5).
26. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones (1
P. 4:9).
27. Amaos los unos a los otros (Jn. 13:34). Este
mandamiento –que encierra a todos los demás- aparece 17 veces. Es el que más se
reitera.
¡Qué maravilloso cuadro! ¡Esta es la descripción de la
grandiosa vida de iglesia!
III. El cumplimiento del Propósito (v.
13).
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo”.
Lo que vimos en el versículo 10 fue el Propósito de Dios.
Ahora en el v. 13 tenemos el cumplimiento de ese propósito. Dijimos que el
Señor Jesucristo ascendió por encima de todos los cielos para llenarlo todo de
él. Pues bien, esa meta se alcanza una vez que todos llegamos a la unidad de la
fe y del conocimiento del Hijo de Dios. Entre el propósito (v. 10) y su
cumplimiento (v. 13) tenemos la estrategia divina (v. 11-12). Ella es el medio
para el cumplimiento del propósito divino. Si la estrategia es llevada a cabo
fielmente, entonces, el resultado no puede ser otro que el cumplimiento del
propósito de Dios. En otras palabras, si los ministros de la Palabra perfeccionan a los
santos y si estos se levantan a hacer la obra del ministerio y a llevar a cabo
la edificación del cuerpo de Cristo, entonces, todos llegaremos a la unidad de
la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. La estrategia divina no es, pues, un
fin en sí mismo. Perfeccionar a los santos, hacer la obra del ministerio y
realizar la edificación del cuerpo de Cristo, si bien son objetivos divinos, no
son la meta. La estrategia divina trae multiplicación, trabajo, servicio y
ministerio para todos; pero, nosotros debemos poner los ojos en la meta del
llamamiento (Flp. 3:14). Por lo tanto, mientras nosotros perfeccionamos a los
santos y mientras ellos hacen la obra del ministerio y la edificación del
cuerpo de Cristo, lo más glorioso que estará ocurriendo, no es ninguna de estas
cosas en sí, sino el hecho de que –tanto ellos como nosotros- estaremos siendo
llenos de Cristo. La unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios es el
resultado final que se espera. ¡Aleluya!
Aboquémonos, pues, al cumplimiento de la meta de Dios.
Con respecto al conocimiento del Hijo de Dios, lo primero que tenemos que decir
es que el término “conocimiento” generalmente nos juega una mala pasada. Cuando
escuchamos esta palabra casi siempre pensamos en conocer algo intelectualmente.
Generalmente –para nosotros- es sinónimo de saber. Pero, para las Escrituras es
totalmente diferente. “Conocer” y “conocimiento” no indican conocimiento
intelectual, sino conocimiento experimental o experiencial. Esto es lo que
quiere decir la expresión “conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió…” (Gn.
4:1; también Mt. 1:25). Saber es una cosa; conocer es otra. Es como la
diferencia que hay entre saber cómo se conduce un vehículo y hacer la
experiencia concreta de conducirlo. Según las Escrituras, “conoce” el que hace
la experiencia de algo. En el ejemplo anterior, el que aprendió a conducir un
auto en la práctica, “conoce” cómo manejar un auto. De allí la importancia de
la estrategia divina. Ella pone a los santos, no en un aula de clases, sino en
una acción que les permite ir experimentando al Señor Jesucristo. En el caso de
los ministros de la Palabra ,
mientras ellos perfeccionan a los santos, experimentan o viven –a través de esa
acción- al Señor Jesucristo. Por su parte, los santos, mientras hacen la obra
del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo, van “conociendo” a
Cristo. La estrategia divina es el odre y Cristo es el vino. Si solo
alcanzásemos a lograr la estrategia, pero no la meta, sería como tener un odre
sin vino. David Wilkerson, hablando respecto del primer amor dice:
“no es suficiente que te intereses por los demás, que
seas dadivoso, un siervo diligente que se entristece por el pecado y predica la
verdad. No es suficiente que pongas en alto la moral, que soportes sufrimiento
por mí, o hasta que seas quemado en una hoguera por tu fe. Todo esto es parte
de tomar tu cruz.
Puedes hacer todas estas cosas en mi nombre. Pero si en el proceso de realizar estas cosas tu afecto hacia mí no aumenta -si no me estoy convirtiendo cada día más y más en el gran deleite de tu corazón-¡entonces has dejado tu primer amor! Si tu afecto por mí no es un asunto de gran interés para ti, ¡entonces tengo algo contra ti!”
Puedes hacer todas estas cosas en mi nombre. Pero si en el proceso de realizar estas cosas tu afecto hacia mí no aumenta -si no me estoy convirtiendo cada día más y más en el gran deleite de tu corazón-¡entonces has dejado tu primer amor! Si tu afecto por mí no es un asunto de gran interés para ti, ¡entonces tengo algo contra ti!”
Pero volvamos al término “conocimiento”. “Conocer” remite
–como ya dijimos- a una experiencia. Jesucristo, hablando acerca de la vida
eterna dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Conocer al Dios
verdadero y conocer a Jesucristo es la meta de Dios, y en esto consiste
precisamente la vida eterna. Por su parte, el apóstol Pablo, trabajador
incansable, dijo escribiendo a los filipenses: “Y ciertamente, aun estimo todas
las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi
Señor, por amor del cual lo he perdido todo… a fin de conocerle…” (Flp.
3:7-10).
También el apóstol Juan, en su primera carta, alude a
este tema. El escribe a tres grupos distintos de creyentes: Hijitos, jóvenes y
padres. A juzgar por las características que atribuye a cada sector, parece que
se está refiriendo a grados de crecimiento espiritual más que a niveles de
edad. En efecto, de los hijitos dice que sus pecados han sido perdonados por su
nombre y que conocen al Padre. De los jóvenes dice que son fuertes, que la
palabra de Dios permanece en ellos y que han vencido al maligno. De los padres,
finalmente, dice que conocen al que es desde el principio, en una clara alusión
a Jesucristo (2:13 comp. 1:1). Estos padres corresponden perfectamente al deseo
de Dios de que todos lleguemos a un varón perfecto (maduro). En ambos casos, la
calidad de padre y la estatura de un varón maduro se dice de aquellos que
conocen al Señor Jesucristo. Transitoriamente es, pues, normal la presencia de
hijitos y jóvenes; pero, según Efesios, todos deben llegar a un varón maduro.
El propósito final de Dios consiste entonces en que todos
lleguemos a la unidad…del conocimiento pleno del Hijo de Dios. Este es el vino
eterno que está reservado para todos los hijos de Dios por la eternidad. Sin
duda, el mejor vino nos ha sido guardado para el final. Amén.
Rubén Chacón
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