martes, 24 de abril de 2018

La obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo


La obra del ministerio y la edificación
del cuerpo de Cristo
Lic. Rubén Chacón

Estudio acerca de Efesios 4:10-14, una fundamentación escritural acerca del ministerio de la Iglesia.  (Ef. 4:10-14ª).

BOSQUEJO
1. El Propósito de Dios: Ef. 4:10: “El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo”.

2. La estrategia de Dios: Ef. 4:11-12: La estrategia comprende dos partes:
2.1. Los ministros de la Palabra: Ef. 4:11: “Y él mismo constituyó a unos apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos…
2.2. Los santos: Ef. 4:12: “…perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”.

3. El cumplimiento del Propósito: Ef. 4:13: “Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.

Introducción
I. El Propósito (4:10).
El que descendió –nuestro bendito Señor Jesucristo- es el mismo que ascendió por encima de todos los cielos para llenarlo todo. Cristo fue exaltado hasta lo sumo para llenarlo todo. La pregunta, no obstante es: ¿De qué o con qué Cristo va a llenarlo todo? La respuesta es: Cristo va a llenarlo todo de él mismo. Este es su propósito. La historia tiene un final ya determinado: Todo va a ser lleno de Cristo. Para que esto fuera posible, Jesucristo tuvo que descender primero a las partes más bajas de la tierra, y luego subir victorioso –llevando cautiva la cautividad- hasta el mismo trono de su Padre (Ap. 3:21). ¡Bendito es el Señor que pagó el precio y aseguró la victoria para siempre!
Ahora bien, por lo que veremos más adelante, nos daremos cuenta de que este propósito de Dios de llenarlo todo de su Hijo se refiere a la humanidad y específicamente a la iglesia. La tierra será finalmente habitada por una raza de hombres y mujeres que estarán llenos de Cristo. ¡Aleluya!
Efesios 4:10 nos da a conocer, entonces, el objetivo divino, la meta de Dios. Ahora bien, a partir del versículo 11 se nos muestra la estrategia que siguió, y sigue, nuestro bendito Señor a fin de conseguir su propósito. Si en el versículo 10 tenemos el “qué”, aquí, podemos decir que tenemos el “cómo”. No sólo necesitábamos saber el propósito, sino también la estrategia, dado que ambas cosas tienen directa relación con nosotros. La iglesia de nuestro Señor Jesucristo no sólo es la meta de Dios, sino también su estrategia.


II. La estrategia (4:11-12).
La estrategia en su primera parte consiste en que Jesucristo mismo constituyó –en su iglesia- a unos como apóstoles; a otros, en calidad de profetas; a otros, como evangelistas; y a otros, como pastores y maestros. Esta fue y es la primera acción que emprende nuestro Señor para el logro de su objetivo. Y en efecto, cuando miramos en el libro de los Hechos, vemos comprobada esta verdad. En el mismo día en que nació la iglesia, Cristo manifestó en ella a los apóstoles. Posteriormente, Jesucristo por medio del Espíritu Santo fue progresivamente levantando los demás ministerios. En Hechos 8 se nos habla de Felipe, el evangelista; en Hechos 11 se menciona a “unos profetas”, de los cuales se destaca uno llamado Agabo. En Hechos 15 se menciona a Judas y a Silas, varones principales entre los hermanos, que también eran profetas. En Hechos 11 se hace mención por primera vez de la presencia de ancianos en la iglesia. Y en Hechos 13 se dice que en la iglesia que estaba en Antioquía había profetas y maestros.
Pero el punto a destacar aquí es el siguiente. Este ministerio de la Palabra, plural, diverso y unido, tendría por misión algo bien definido. Cristo constituyó apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos. Cada ministerio desde su diversidad debe aportar al logro de un solo fin: La perfección de los santos. Por “perfección de los santos” se entiende la “capacitación”, el “equipamiento” y el “entrenamiento” de los santos.
La pregunta que surge ahora es la siguiente: ¿Para qué hay que perfeccionar a los santos? La respuesta es clara: Para la obra del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo. ¿Esta es la segunda parte de la estrategia de nuestro Señor Jesucristo. ¿En qué consiste? En que los santos –no los ministros de la Palabra- realicen la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo. ¿Te das cuenta? Si te diste cuenta entonces estarás de acuerdo en que aquí hay algo revolucionario. Porque hasta hoy ¿quiénes han sido los que principalmente han hecho la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo? ¿Acaso no hemos sido los ministros de la Palabra? Efectivamente, así lo hemos entendido, así lo hemos enseñado y así lo hemos practicado. Pero ¿hemos hecho lo correcto o hemos equivocado el camino? ¡Queridos hermanos, hemos errado grandemente y causado mucho daño! Observemos:
1. En el intento de hacer nosotros la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo, hemos realizado imperfectamente la capacitación de los santos.
2. Los ministros de la Palabra no dan abasto para una obra tan grande que está destinada a ser hecha por la totalidad de los santos. El resultado ha sido que –en el intento de hacerlo todo- la tarea no ha sido hecha o ha sido hecha imperfectamente.
3. Los ministros de la Palabra nos hemos esforzado, sufrido y gastado por hacer la obra, pero hemos terminado frustrados y decepcionados. Y el costo ha sido muchas veces este: Hemos edificado la iglesia sobre las ruinas de nuestra familia.
4. Pero el daño mayor ha sido este: Hemos convertido a los santos en una masa de gente pasiva e inactiva que permanece en el tiempo sin crecimiento. Por eso esa frase de Pablo: “…para que ya no seamos niños fluctuantes”. ¡Hermanos! ¿No están, acaso, nuestras congregaciones formadas mayoritariamente por niños? Aparte de venir a una o dos convocaciones en la semana y entregarnos sus diezmos ¿qué más hacen los santos en su gran mayoría? Si somos honestos tenemos que reconocer que muy poco más. ¿No es cierto?
Y cuando pienso en la causa de todo esto, me aterra pensar que hemos consentido en este estado de cosas porque a la carne le gusta y le conviene. En lugar de haber edificado el ministerio de los santos, hemos edificado nuestro ministerio y a costa de ellos. Seamos honestos ¿No son los hermanos, en muchos casos, simplemente la plataforma en la que desarrollamos nuestro ministerio? De esta manera, nuestro ministerio se ha desarrollado y hemos crecido. Pero ¿qué de los santos? ¿Por qué les hemos hecho creer a los santos que solamente algunos tienen ministerio? ¿No dice, acaso, la Escritura “cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros? (1 P. 4:10); ¿No dice también: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”? (1 Cor. 12:7). Una cosa es decir que hay diversidad de ministerios; y otra muy distinta, es decir que sólo algunos tienen ministerio. Nosotros que –a diferencia de los católicos- creemos en el sacerdocio de todos los creyentes ¿Por qué hemos sido inconsecuentes con nuestra fe? ¡Pastores! Debemos arrepentirnos, pedir perdón al Señor y cambiar urgentemente. ¿Amén?
La estrategia del Señor es que los ministros de la Palabra perfeccionen a los santos para que ellos realicen la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo. Todo esto, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios… Hoy es probable que los ministros sí llegan a esta meta; pero, ¿y los santos?. La NVI dice así al comienzo del versículo 13: “De este modo, todos llegaremos…” Pero, porque no es de este modo como lo estamos haciendo, la mayoría no está llegando. ¿Lo ves?.
Para finalizar, creo firmemente que debemos sufrir un cambio radical de perspectiva. Un cambio de paradigma es lo que necesitamos. Cómo lo vamos a hacer para corregir la situación
actual debiera ser nuestra inmediata preocupación. Y así lo haremos Dios mediante.

Primera parte de la estrategia divina: Perfeccionar a los santos (Ef. 4:11-12ª).
Lo primero que llama la atención del texto en cuestión es la gran estructura ministerial que ha provisto el Señor para la gloriosa tarea de perfeccionar a los santos. No es la acción de un individuo ni de un solo don. La perfección de los santos es tarea de un conjunto de dones: plural, diverso y unido. Para esta misión no es suficiente un pastor; el texto dice: “pastores”. Pero, aunque tuviésemos pastores (en plural), tampoco bastaría. Se requiere además el concurso de apóstoles, profetas, evangelistas y maestros.
Al respecto, hoy –como nunca- tenemos la necesidad de la restauración de todos los ministerios en la iglesia y de que actúen mancomunadamente. La unidad de propósito –perfeccionar a los santos- exige actuar concertadamente. Para lograr poner de pie a todos los santos a servir, necesitaremos de todos los ministros de la Palabra.
Pero ¿por qué el Señor estableció esta diversidad de dones para el logro de un mismo objetivo? ¿Qué aportan cada uno de ellos a la perfección de los santos? Comencemos con los apóstoles. Según el libro de los Hechos los apóstoles eran los que establecían las iglesias. Su función principal para este fin era poner el fundamento sobre el cual esa iglesia sería edificada. El fundamento, como dice Pablo, es Cristo mismo (1 Cor. 3:10-11). Pero ¿cómo era llevada a cabo esta tarea? En primer lugar, ellos no predicaban de Cristo, sino a Cristo. Este matiz es muy importante, por cuanto indica que los apóstoles no comunicaban un mensaje intelectual acerca de Cristo, sino a Cristo mismo. Las gentes no se quedaban con una información acerca de Cristo, sino que quedaban con él. De otra manera, no se explicaría cómo muchas iglesias pudieron sobrevivir “solas”. Pablo, después de un corto tiempo de estar en un lugar, generalmente tenía que irse de la ciudad producto de la persecución. En muchas de ellas, no alcanzó a constituir ancianos. No obstante, maravilla de maravillas, esas iglesias crecían y se desarrollaban. Es que a decir verdad, nunca quedaron solas. El Señor Jesucristo mismo quedaba con ellos por medio del Espíritu Santo. Hermoso ejemplo de esto, fue la iglesia en Tesalónica. Pablo no pudo, al parecer, estar allí más de tres meses. Cuando vuelve Timoteo con información respecto de ellos, Pablo escribe su primera carta a los tesalonicenses. Esto fue entre seis a nueve meses después de la visita de Pablo a ellos. Por la carta sabemos que esta iglesia de no más de un año de existencia, estaba fuerte y vigorosa. Cuando el fundamento está bien puesto, el Espíritu Santo es suficiente para sobreedificar la iglesia.
Finalmente, los apóstoles además velaban para que las iglesias no se apartaran del fundamento y que Cristo permaneciera de una manera real siendo la cabeza de la iglesia.
Los profetas, por su parte, suplen la ausencia de los apóstoles. Los profetas mantienen permanentemente en la iglesia la revelación de Cristo y su obra. La función de ellos tiene relación principalmente con el fundamento de la iglesia (Ef. 2:20; 3:5).
Los evangelistas, también mantienen la carga apostólica en la iglesia. En este caso, la carga no es por el fundamento, sino por la extensión del evangelio. ¡Pastores! La tarea esencial de los evangelistas, según Pablo, es perfeccionar a los santos; no es evangelizar. Si la evangelización va a depender sólo de los evangelistas, entonces fracasaremos. La estrategia divina es que los evangelistas traspasen la carga por los perdidos a la iglesia, para que sea ella la que se levante a evangelizar. Únicamente de esta forma la obra será hecha.
Los pastores y maestros enseñan y exhortan a las ovejas hasta que aprendan a cuidarse mutuamente. Aquí también vale lo que dijimos de los evangelistas. Si la tarea de visitación, consejería, atención pastoral, discipulado y pastoreo en general, va a ser llevada a cabo solamente por los pastores, entonces seguirá ocurriendo lo que hoy ocurre: La gente no es atendida adecuadamente. Si insistiésemos en hacer la obra pastoral sólo nosotros, entonces deberíamos seguir el ejemplo del Pastor de pastores. Él reconociendo las limitaciones que le significó haberse hecho hombre, pastoreó una iglesia de solamente doce miembros. Pastorear y discipular es hacer lo que hizo Cristo con los doce. ¿Cómo es posible, entonces, que nosotros intentemos pastorear y discipular un número mayor de personas? ¿Somos, acaso, mejores que Cristo? Los pastores y maestros deben, pues, perfeccionar a los santos, para que ellos aprendan a cuidarse mutuamente. Sólo de esta manera la obra será hecha.

Segunda parte de la estrategia: La obra del ministerio.
El Señor Jesucristo, a fin de llenarlo todo de él, ha constituido apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, con el propósito de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio y para la edificación del cuerpo de Cristo. En otras palabras, esto significa que son los santos los que realizan la obra del ministerio y que son ellos los que realizan la edificación del cuerpo de Cristo. La tarea de los ministros de la Palabra, esto es, apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros no es, pues, hacer todo el ministerio ni realizar solos la edificación del cuerpo de Cristo. Su función es, más bien, perfeccionar, equipar y capacitar a los santos para dicha misión.
Los dos “para” que se encuentran en el versículo doce, indican que estamos hablando de dos cosas: La obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo. Veamos, pues, a continuación la primera de ellas. Como la obra del ministerio se distingue de la edificación del cuerpo –que es interna- inferimos entonces que la obra del ministerio es el servicio que realiza la iglesia hacia fuera; no es interna, sino externa. Nótese, por otra parte, que la obra del ministerio está mencionada en primer lugar, probablemente para indicar que sin lo primero no se puede producir lo segundo. La edificación del cuerpo de Cristo supone la obra del ministerio. Por lo tanto, si la obra del ministerio es el servicio de la iglesia hacia el exterior, esto es, hacia los incrédulos, significa que la primera tarea que comprende el servicio de la iglesia es la evangelización. Decimos primera tarea en un sentido cronológico, porque sin ello no solo no habría posibilidad de hablar de edificación, sino que ni siquiera habría iglesia. La expresión “la obra del ministerio” está en singular y seguramente tiene relación con lo dijo Pablo: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2 Cor. 5:18-20).
La evangelización es, pues, tarea de todos los santos, porque son ellos los que llevan a cabo la obra del ministerio. Toda la iglesia, entonces, debe levantarse a dar testimonio de Cristo. Cada santo, en su medida y en medio de su ambiente: vecinos, familiares, compañeros de trabajo o de estudios, debe asumir la responsabilidad de evangelizar a aquellos que no conocen al Señor Jesucristo.
Ahora bien, llevar a cabo esta tarea supone cambiar definitivamente algunas cosas respecto de cómo están viviendo sus vidas los santos.
1. Que todos los salvos por la gracia de Dios tienen una sola vocación en la vida: Servir a Dios. Somos un reino de sacerdotes, esto es, un reino de gente que tiene como primera vocación, servir a Dios. Antes que una persona crea en el Señor Jesucristo, ella puede ser un médico, una enfermera, un profesor, un comerciante, un albañil. Pero, después de ser salvo, tal persona tiene una sola vocación principal, la de servir a Dios. ¡Hermanos! Nuestra primera vocación es ser sacerdotes de Dios. Ya no eres albañil ni carpintero, eres sacerdote de Dios. ¡Hermano! ¡No gastes tu vida pegando ladrillos, ni te pases la vida detrás de un escritorio, sin servir a Dios!
2. Que la profesión o el oficio es un medio y no un fin. La profesión o el oficio ya, nunca más, son la vocación en que gastaremos nuestra vida. Eso sería haber perdido el tiempo. Ser un sacerdote de Dios si bien no significa, necesariamente, dejar nuestra profesión u oficio, no obstante, significa que todas las otras actividades deben subordinarse a ese fin.
3. Que la profesión u oficio son el medio para procurarnos el sustento y el abrigo. Pero no más. Cualquier cosa mayor que esto, de mal procede, aun en el caso del hermano que su gracia es el don de repartir que consiste, precisamente, en hacer riquezas para Dios. En tal caso, él vivirá con lo justo y, lo demás, lo pondrá al servicio de la obra. ¡Hermanos! No estamos en este mundo para hacer riquezas o para obtener cosas (1 Tim. 6:6-11).
4. Que debemos discernir a Babilonia. Por “Babilonia” entendemos el sistema de este mundo que está inspirado y gobernado por el mismo Satanás. Es Babilonia la que dice que, porque no tenemos, no somos nada. Es Babilonia, pero no Dios. Es Babilonia la que dice que ser pobre es una maldición. Es Babilonia la que dice que usar ropa usada es denigrante; es Babilonia la que enseña que nuestros hijos no deben ponerse la ropa que les queda de sus hermanos mayores. Es Babilonia la que quiere que corramos tras el tener, que seamos esclavos de la moda, del consumismo. Pero lo más grave de Babilonia no es todavía esto, sino el hecho que ella hace de los hombres sus esclavos; consume el alma de los hombres (Apo. 18:11-13). Babilonia compra almas de hombres. Los ocupa la mayor parte del tiempo, los cansa, les ocupa los mejores años de su vida, los gasta, los exprime como un limón y cuando ya no le sirven, los bota. En este esquema, ¿qué queda para el Señor? Al Señor le quedan las sobras.
5. Que la religión de Babilonia no cumple las expectativas divinas. Pagar los diezmos y venir a una o dos reuniones a la semana, no es vida de iglesia; es la religión de Babilonia. Mientras no gastes tu vida en la obra del Señor, Babilonia no necesita declararse atea; por el contrario, te permite vivir tranquilamente tu religión.

6. Algunos consejos prácticos.
·         6.1. En una tarea donde queremos poner en acción a todos los santos, es mejor hablar de “testificar” que de “predicar”. La palabra “predicar” asusta a muchos. Testificar, en cambio, es algo que todos pueden hacer. Debes comenzar a dar testimonio de Cristo: a) A los que te rodean; b) Testifica lo que hasta aquí has experimentado; c) Lo que no sabes, lo preguntas.
·         6.2. Con respecto a los trabajos actuales de los hermanos, ellos deben allí primeramente procurar ser testigos de Cristo.
·         6.3. Si no es posible “testificar” durante el ejercicio de sus labores, deben procurar hacerlo después del trabajo. Esto significará –en la práctica- usar las noches para ganar, consolidar, discipular y enviar.
·         6.4. En el caso que el trabajo no permita ninguna de las alternativas anteriores debemos, entonces, revisar cuidadosamente nuestros actuales trabajos. Si tu trabajo te absorbe casi completamente y no te permite servir a Dios, entonces, debes revisar tu situación delante de Dios. No estoy diciendo que dejemos los trabajos irresponsablemente o que hagamos tonteras. Lo que estoy diciendo es que debes proponerte en el Señor liberar tiempo para él.

Segunda parte de la estrategia: La edificación del cuerpo de Cristo (Ef. 4:12b).
Esta es la segunda acción que llevan a cabo los santos. Asombrosamente para nosotros, son ellos los que deben realizar la edificación del cuerpo de Cristo. Según Efesios 4:16, el cuerpo de Cristo se va edificando en amor a través de las coyunturas que se ayudan mutuamente. Esta ayuda mutua, según Pablo, se lleva a cabo según la actividad propia de cada miembro. Este es el punto. Necesitamos poner en acción la actividad propia de cada miembro, porque así todo el cuerpo recibe de Cristo su crecimiento para ir edificándose en amor.
Según la parábola de los talentos, la obra se retrasa o es impedida no porque fallen los que reciben cinco o dos talentos, sino porque los que reciben un talento, lo esconden. Ahora bien, entre los santos, los de cinco o los de dos talentos son los menos; la mayoría son los de un talento. Y son precisamente ellos -–que son la mayoría- los que no se levantan a servir.
Pero en lo concreto ¿en qué consiste la edificación del cuerpo de Cristo? ¿cómo la llevan a cabo los santos? Pablo dijo: Las coyunturas se ayudan mutuamente. Esta mutualidad se expresa en el lenguaje del N. T. con la expresión “unos a otros”. Esta frase aparece 100 veces en el N. T. Pero referida a la relación entre creyentes aparece unas 60 veces. Varias de ellas aparecen repetidas. Por lo tanto, si las contamos una sola vez, nos quedan 27 expresiones distintas que muestran de manera maravillosa y extraordinaria el cuadro completo de lo que es la edificación del cuerpo de

Cristo realizada por los santos (unos a otros). Veámoslas:
1. Tened paz los unos con los otros (Mc. 9:50).
2. Debéis lavaros los pies unos a otros (Jn. 13:14).
3. En cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros (Rom. 12:10).
4. Unánimes unos a otros (Rom. 12:16).
5. Y a la edificación de unos a otros (Rom. 14: 19).
6. Recibíos los unos a los otros (Rom. 15:7).
7. Podéis amonestaros los unos a los otros (Rom. 15:14).
8. Saludaos los unos a los otros con ósculo santo (Rom. 16:16).
9. Esperaos unos a otros (1 Cor. 11:33).
10. Todos los miembros se preocupen los unos por los otros (1 Cor. 12:25).
11. Servíos por amor los unos a los otros (Gál. 5:13).
12. Sobrellevad los unos las cargas de los otros (Gál. 6:2).
13. Soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor (Ef. 4:2).
14. Sed benignos unos con otros (Ef. 4:32).
15. Perdonándoos unos a otros (Ef. 4:32).
16. Someteos unos a otros en el temor de Dios (Ef. 5:21).
17. Estimandoos unos a otros como superiores (Flp. 2:3).
18. Alentaos los unos a los otros con estas palabras (1 Ts. 4:18).
19. Animaos unos a otros (1 Ts. 5:11).
20. Seguid siempre lo bueno unos para con otros y para con todos (1 Ts. 5:15).
21. Considerémonos unos a otros (Hb. 10:24).
22. Confesaos vuestras ofensas unos a otros (Stgo. 5:16).
23. Orad unos por otros, para que seáis sanados (Stgo. 5:16).
24. Tenemos comunión unos con otros (1 Jn. 1:7).
25. Sumisos unos a otros, revestíos de humildad (1 P. 5:5).
26. Hospedaos los unos a los otros sin murmuraciones (1 P. 4:9).
27. Amaos los unos a los otros (Jn. 13:34). Este mandamiento –que encierra a todos los demás- aparece 17 veces. Es el que más se reitera.
¡Qué maravilloso cuadro! ¡Esta es la descripción de la grandiosa vida de iglesia!

III. El cumplimiento del Propósito (v. 13).
“Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo”.
Lo que vimos en el versículo 10 fue el Propósito de Dios. Ahora en el v. 13 tenemos el cumplimiento de ese propósito. Dijimos que el Señor Jesucristo ascendió por encima de todos los cielos para llenarlo todo de él. Pues bien, esa meta se alcanza una vez que todos llegamos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. Entre el propósito (v. 10) y su cumplimiento (v. 13) tenemos la estrategia divina (v. 11-12). Ella es el medio para el cumplimiento del propósito divino. Si la estrategia es llevada a cabo fielmente, entonces, el resultado no puede ser otro que el cumplimiento del propósito de Dios. En otras palabras, si los ministros de la Palabra perfeccionan a los santos y si estos se levantan a hacer la obra del ministerio y a llevar a cabo la edificación del cuerpo de Cristo, entonces, todos llegaremos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios. La estrategia divina no es, pues, un fin en sí mismo. Perfeccionar a los santos, hacer la obra del ministerio y realizar la edificación del cuerpo de Cristo, si bien son objetivos divinos, no son la meta. La estrategia divina trae multiplicación, trabajo, servicio y ministerio para todos; pero, nosotros debemos poner los ojos en la meta del llamamiento (Flp. 3:14). Por lo tanto, mientras nosotros perfeccionamos a los santos y mientras ellos hacen la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo, lo más glorioso que estará ocurriendo, no es ninguna de estas cosas en sí, sino el hecho de que –tanto ellos como nosotros- estaremos siendo llenos de Cristo. La unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios es el resultado final que se espera. ¡Aleluya!
Aboquémonos, pues, al cumplimiento de la meta de Dios. Con respecto al conocimiento del Hijo de Dios, lo primero que tenemos que decir es que el término “conocimiento” generalmente nos juega una mala pasada. Cuando escuchamos esta palabra casi siempre pensamos en conocer algo intelectualmente. Generalmente –para nosotros- es sinónimo de saber. Pero, para las Escrituras es totalmente diferente. “Conocer” y “conocimiento” no indican conocimiento intelectual, sino conocimiento experimental o experiencial. Esto es lo que quiere decir la expresión “conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió…” (Gn. 4:1; también Mt. 1:25). Saber es una cosa; conocer es otra. Es como la diferencia que hay entre saber cómo se conduce un vehículo y hacer la experiencia concreta de conducirlo. Según las Escrituras, “conoce” el que hace la experiencia de algo. En el ejemplo anterior, el que aprendió a conducir un auto en la práctica, “conoce” cómo manejar un auto. De allí la importancia de la estrategia divina. Ella pone a los santos, no en un aula de clases, sino en una acción que les permite ir experimentando al Señor Jesucristo. En el caso de los ministros de la Palabra, mientras ellos perfeccionan a los santos, experimentan o viven –a través de esa acción- al Señor Jesucristo. Por su parte, los santos, mientras hacen la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo, van “conociendo” a Cristo. La estrategia divina es el odre y Cristo es el vino. Si solo alcanzásemos a lograr la estrategia, pero no la meta, sería como tener un odre sin vino. David Wilkerson, hablando respecto del primer amor dice:
“no es suficiente que te intereses por los demás, que seas dadivoso, un siervo diligente que se entristece por el pecado y predica la verdad. No es suficiente que pongas en alto la moral, que soportes sufrimiento por mí, o hasta que seas quemado en una hoguera por tu fe. Todo esto es parte de tomar tu cruz.
Puedes hacer todas estas cosas en mi nombre. Pero si en el proceso de realizar estas cosas tu afecto hacia mí no aumenta -si no me estoy convirtiendo cada día más y más en el gran deleite de tu corazón-¡entonces has dejado tu primer amor! Si tu afecto por mí no es un asunto de gran interés para ti, ¡entonces tengo algo contra ti!”
Pero volvamos al término “conocimiento”. “Conocer” remite –como ya dijimos- a una experiencia. Jesucristo, hablando acerca de la vida eterna dijo: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado” (Jn. 17:3). Conocer al Dios verdadero y conocer a Jesucristo es la meta de Dios, y en esto consiste precisamente la vida eterna. Por su parte, el apóstol Pablo, trabajador incansable, dijo escribiendo a los filipenses: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo… a fin de conocerle…” (Flp. 3:7-10).
También el apóstol Juan, en su primera carta, alude a este tema. El escribe a tres grupos distintos de creyentes: Hijitos, jóvenes y padres. A juzgar por las características que atribuye a cada sector, parece que se está refiriendo a grados de crecimiento espiritual más que a niveles de edad. En efecto, de los hijitos dice que sus pecados han sido perdonados por su nombre y que conocen al Padre. De los jóvenes dice que son fuertes, que la palabra de Dios permanece en ellos y que han vencido al maligno. De los padres, finalmente, dice que conocen al que es desde el principio, en una clara alusión a Jesucristo (2:13 comp. 1:1). Estos padres corresponden perfectamente al deseo de Dios de que todos lleguemos a un varón perfecto (maduro). En ambos casos, la calidad de padre y la estatura de un varón maduro se dice de aquellos que conocen al Señor Jesucristo. Transitoriamente es, pues, normal la presencia de hijitos y jóvenes; pero, según Efesios, todos deben llegar a un varón maduro.
El propósito final de Dios consiste entonces en que todos lleguemos a la unidad…del conocimiento pleno del Hijo de Dios. Este es el vino eterno que está reservado para todos los hijos de Dios por la eternidad. Sin duda, el mejor vino nos ha sido guardado para el final. Amén.

Rubén Chacón


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