PROFETA
Terminología
El término hebreo, nabi traducido «profeta»,
probablemente se deriva de una raíz que significa «anunciar» o «proclamar».
El Antiguo Testamento lo aplica a una variedad de personas (Gn 20.7; Éx 7.1; 1
R 17–19; Mal 4.5).
Orígenes
Es
sumamente discutido el origen del profetismo en Israel y su posible relación
con otros fenómenos semejantes. Varios pasajes hablan de «videntes» y 1Sam. 9.9
sugiere que así se le llamaba originalmente al profeta. Además, había un
profetismo «extático» (en trance o posesión) en las religiones cananeas (1R 18.20–40),
y es posible que hubiera alguna relación entre este fenómeno y algunas
manifestaciones en Israel (1S.19.18–24).
Por
otra parte, los grandes profetas (Isaías, Amós, Jeremías) tenían experiencias
extáticas (extraordinarias tanto para su tiempo como para nosotros), en las que
hallaban un acceso especial a la «palabra de Jehová» y esta llevaba en sí misma
una singular señal de autenticidad divina. Indudablemente no se trataba de un
trance de absorción, sino de una concentración próxima a la oración, en la que
la «palabra» recibida era meditada y articulada por el profeta en un mensaje
(Is 10.6ss).
También
se ha discutido mucho la relación de los profetas con el culto. Aunque había
«bandas» proféticas en los lugares de culto, los profetas del Antiguo
Testamento no parecen pertenecer a ellas y en algunos casos evidentemente
repudiaron esta dudosa institución (Jer 29.26–30). Entre estos profetas de
santuario, ocupados de los detalles y pequeños problemas políticos, y el
profeta bíblico, con su visión de la acción de Dios en la historia, había una
enorme diferencia.
Sin
embargo, es erróneo pensar, basándonos en unos pocos pasajes tomados
aisladamente (Am 5.21–24; Is 1.11, 12, 14–17), que los grandes profetas se
oponían al culto del templo y al sacerdocio, o a toda religión
institucionalizada. Se trataba, más bien, de la crítica a la corrupción del
culto, ya fuera por la idolatría o por la injusticia: «No puedo aguantar
iniquidad y día solemne» (Is 1.13, VM ofrece la traducción más correcta). Los
profetas conocen el culto y a menudo citan su ritual, himnos y oraciones.
Algunos (Jeremías, Ezequiel) vienen de un trasfondo sacerdotal y otros
(Habacuc, Nahum, Joel) muy probablemente participaban en el culto.
En los libros proféticos de la Biblia tenemos la obra
directa de los propios profetas (Is 30.8; Jer 29.1s, entre otros pasajes,
muestran que los profetas escribían y no solo anunciaban verbalmente sus
oráculos). También hay casos de un testimonio indirecto, como el de Baruc,
secretario de Jeremías (Jer 36). Y finalmente, existían escuelas de discípulos
de un profetas (por ejemplo, Is 8.16; cf. 50.4) los cuales compilaban sus
mensajes.
Características
E Historia
Aunque
el mensaje de la profecía bíblica se halla principalmente en los libros
conocidos como «proféticos», no debemos olvidar el profetismo anterior a Amós,
ilustrado por figuras como Natán, Elías, Miqueas (1 R 22.8–38) y Eliseo, cuya
función fue anunciar el juicio y la voluntad de Dios principalmente a los
reyes. El nombre «profeta» se aplica también a Abraham (Gn 20.7), Aarón (Éx
7.1), María y Débora (Éx 15.20; Jue 4.4) y Moisés (Dt 18.18; 34.10). El profeta
bíblico reúne algunas características que se resume bien como «un llamado
específico y personal de Dios» (Is 6; Jer 1.4–19; Ez 1–3; Os 1.2; Am 7.14,
15,); la conciencia de la acción de Dios en la historia; la valiente
confrontación de reyes, sacerdotes o pueblos con las demandas y el juicio
divinos; el uso de medios simbólicos de expresión y el ejercicio de una función
intercesora o sacerdotal ante Dios.
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