Conversión
I. significado de la palabra
Un volverse, o regresar, a Dios.
Las principales palabras para expresar esta idea son, en el AT, sûuÆb_ (trad. “volverse”), y en el NT, strefomai (Mt. 18.3; Jn. 12.40: la voz media expresa la cualidad refleja
de la acción, cf. el francés “se convertir”); epistrefoµ (usado invariablemente en la LXX
para traducir sûuÆb_) y (solamente en Hch. 15.3)
el sustantivo relacionado epistrofeµ. epistrefo no se usa en voz pasiva en el NT. sûuÆb_ y epistrefo pueden usarse en forma
transitiva e intransitiva: en el AT se dice que Dios vuelve los hombres hacia
sí mismo (15 veces); en el NT se dice que los predicadores hacen volver los
hombres a Dios (Lc. 1.16s, que se hace eco de Mal. 4.5–6; Stg. 5.19s; prob.
Hch. 26.18). El significado básico que expresa el grupo de palabras vinculadas
a strefoµ, igual que sûuÆb_, es volver hacia atrás (retornar: así Lc. 2.39; Hch. 7.39) o
darse vuelta (media vuelta: así Ap. 1.12). El significado teológico de estos
términos representa una transferencia de esta idea al reino de las relaciones
del hombre con Dios.
II.
El uso en el Antiguo Testamento
El AT habla mayormente de
conversiones nacionales, una vez de una comunidad pagana (Nínive; Jon. 3.7–10),
en las restantes oportunidades de Israel; aunque también hay algunas
referencias a conversiones individuales, además de ejemplos (cf. Sal. 51–13, y
los relatos de Naamán, 2 R. 5; Josías, 2 R. 23.25; Manasés, 2 Cr. 33.12s),
juntamente con profecías de conversiones mundiales (cf. Sal. 22.27). La
conversión en el AT significa, simplemente, volverse a Yahvéh, el Dios del
pacto con Israel. Para los israelitas, miembros de la comunidad del pacto por
derecho de nacimiento, la conversión significaba volver a “Jehová tu Dios” (Dt.
4.30; 30.2, 10) en plena sinceridad de corazón después de un período de deslealtad
a las condiciones establecidas en el pacto. Por lo tanto, en Israel la
conversión constituía, esencialmente, la vuelta de los apóstatas a Dios. La
razón por la cual los individuos, o la comunidad, tenían que “volver al Señor”
era que le habían dado las espaldas y se habían descarriado del camino. Por
esta razón los movimientos nacionales de regreso al Señor se caracterizaban
frecuentemente por la celebración por parte del gobernante y del pueblo de “un
*pacto” que consistía en hacer juntos una nueva y solemne profesión de que en
adelante serían enteramente leales al pacto divino que habían guardado muy
ligeramente en el pasado (como sucedió bajo Josué, Jos. 24.25; Joiada, 2 R.
11.17; Asa, 2 Cr. 15.12; Ezequías, 2 Cr. 29.10; Josías, 2 Cr. 34.31). La base
teológica de estas profesiones públicas de conversión estaba en la doctrina del
pacto. El pacto que Dios había hecho con Israel entrañaba una relación
permanente; el entregarse a la idolatría y al pecado exponía a Israel al
castigo señalado en el pacto (cf. Am. 3.2), pero no podía provocar la anulación
del pacto; y si Israel volvía de nuevo a Yahvéh, él se volvía a ellos con
bendiciones (cf. Zac. 1.3) y la nación era restaurada y sanada (Dt. 4.23–31;
29.1–30.10; Is. 6.10).
Sin
embargo, el AT destaca el hecho de que la conversión comprende más que meras
señales exteriores de pesar y de reforma de costumbres. Una verdadera vuelta a
Dios bajo cualesquiera circunstancias ha de incluir la humillación personal
interior, un verdadero cambio de corazón, y una sincera búsqueda de Dios (Dt.
4.29s; 30.2, 10; Is. 6.9s; Jer. 24.7), y será acompañada por una nueva claridad
en el conocimiento de su ser y de sus caminos (Jer. 24.7; cf. 2 R. 5.15; 2 Cr.
33.13).
III.
El uso en el Nuevo Testamento
En el NT el vocablo epistrefoµ se utiliza una sola vez de la vuelta a Cristo de un cristiano
que ha caído en pecado (Pedro: Lucas 22.32). En otras partes, los que han caído
en pecado son exhortados, no a la conversión, sino al arrepentimiento (Ap. 2.5,
16, 21s; 3.3, 19), y las palabras tocantes a la conversión se refieren
únicamente a aquella decisiva vuelta a Dios mediante la cual, por la fe en
Cristo, el pecador, sea judío o gentil, se asegura la entrada presente en el
reino escatológico de Dios, y recibe la bendición escatológica del perdón de
los pecados (Mt. 18.3; Hch. 3.19; 26.18). Esta conversión asegura la salvación
que Cristo ha traído. Se trata de un acontecimiento que ocurre una sola vez y
para siempre, y es irrepetible, como lo indica el uso habitual del aoristo en los
modos oblicuos de los verbos indicados. Se describe como un volverse de la
obscuridad de la idolatría, el pecado, y el dominio de Satanás, para adorar y
servir al Dios verdadero (Hch. 14.15; 26.18; 1 Ts. 1.9) y a su Hijo Jesucristo
(1 P. 2.25). Consiste en el ejercicio del *arrepentimiento y la *fe, que tanto
Cristo como Pablo vinculan entre sí para resumir entre ambos la demanda moral
del evangelio (Mr. 1.15; Hch. 20.21). El arrepentimiento significa un cambio de
mente y corazón hacia Dios; la fe significa creer en su palabra y confiar en su
Cristo; la conversión abarca ambas cosas. Por lo tanto encontramos el
arrepentimiento y la fe ligados a la conversión, el concepto más estrecho con
el más amplio (arrepentimiento y conversión, Hch. 3.19; 26.20; fe y conversión,
Hch. 11.21).
Aunque
el NT registra una serie de experiencias de conversión, algunas más violentas y
dramáticas (p. ej. la de Pablo Hch. 9.5ss; la de Cornelio, Hch. 10.44ss; cf.
Hch. 15.7ss; la del carcelero de Filipos, Hch. 16.29ss), otras más tranquilas y
carentes de espectacularidad (p. ej. la del eunuco, Hch. 8.30ss; la de Lidia,
Hch. 16.14), los escritores no muestran mayor interés en la psicología de la
conversión como tal. Lucas dedica espacio a consignar tres relatos de las
conversiones de Pablo y de Cornelio (Hch. 10.5ss; 22.6ss; 26.12ss; y 10.44ss;
11.15ss; 15.7ss) debido a la gran significación de estos acontecimientos en la
historia de la iglesia primitiva, no por algún interés particular en las
manifestaciones que las acompañaron. Los escritores conciben la conversión como
algo dinámico – no como una experiencia, algo que se siente, sino como una
acción, algo que se hace – y la interpretan teológicamente, en función del
evangelio al cual el convertido asiente y responde. Teológicamente la
conversión significa entregarse a esa unión con Cristo que se simboliza con el
bautismo: unión con él en su muerte, lo que trae consigo liberación de la pena
y del dommio del pecado, y unión con él en su resurrección de la muerte, para
vivir para Dios por intermedio de él y caminar con él en novedad de vida por el
poder del Espíritu Santo que mora en el convertido. La conversión cristiana es
la entrega incondicional a Jesucristo como divino Señor y Salvador, y esta
entrega significa que se reconoce que la unión con Cristo es un hecho real y
que la vida debe vivirse en consonancia con esta creencia. (Véase Ro. 6.1–14;
Col. 2.10–12, 20ss; 3.1ss.)
IV.
Conclusión general
El volver a Dios en cualquier
circunstancia, considerado psicológicamente, es un acto del hombre mismo, que
elige libremente y que se lleva a cabo en forma espontánea. No obstante, la Biblia deja sentado que es
también, en un sentido más fundamental, obra de Dios en él. El AT dice que los
pecadores se vuelven a Dios únicamente cuando él los vuelve a sí mismo (Jer.
31.18s; Lm. 5.21). El NT enseña que cuando los hombres lo desean y ponen de su
parte para que se cumpla la voluntad de Dios respecto a su salvación, es la
obra de Dios en ellos lo que los impulsa a obrar de esa manera (Fil. 2.12s). También,
describe la conversión inicial de los incrédulos como resultado de una obra
divina en ellos en la cual, por su misma naturaleza, ellos mismos no podrían
tener parte, ya que se trata esencialmente de la eliminación de la impotencia
espiritual que hasta ese momento les ha impedido volver a Dios: un
levantamiento de la muerte (Ef. 2.1ss), un nuevo nacimiento (Jn. 3.1ss), un
abrir del corazón (Hch. 16.14), un abrir y darle vista a ojos enceguecidos (2
Co. 4.4–6), y el otorgamiento de entendimiento (1 Jn. 5.20). El hombre responde
al evangelio sólo porque Dios primeramente ha obrado en él de esta manera.
Además, los relatos de la conversión de Pablo, y diversas referencias al poder
de convencimiento que el Espíritu imparte a la palabra que convierte (cf. Jn.
16.8; 1 Co. 2.4s; 1 Ts. 1.5) demuestran que Dios atrae a sí mismo los hombres
al influjo de un fuerte, más todavía, un irresistible sentido de compulsión
divina. Por ello la costumbre de algunas versiones (av, p. ej.) de expresar el verbo
activo “volverse” en forma pasiva, “ser convertido”, aunque sea una traducción
mala, representa, sin embargo, buena teología bíblica. (* Regeneración )
Bibliografía. G. Bertram, TDNT 7, pp. 722–729; F.
Laubach, J. Goetzmann, U. Becker, NIDNTT 1, pp. 354–362.
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