LA MISA
“En
la iglesia católica existe un verdadero sacrificio, la misa, que fue instituida
por Jesucristo, y que es el sacrificio de su cuerpo y sangre bajo las
apariencias de pan y vino.“
Este
sacrificio es idéntico al sacrificio de la cruz, pues Jesucristo es el
sacerdote y la víctima al mismo tiempo; la única diferencia se halla en la
manera de ofrecerle: en la cruz es un sacrificio cruento, y en los altares
incruento.
Es
un sacrificio propiciatorio, que expía los pecados nuestros y los pecados de
los vivos y muertos en Cristo por los que se ofrece.
Su
eficacia se deriva del sacrificio de la cruz, cuyos méritos infinitos se nos
aplican a nosotros.
Aunque
se ofrece a Dios solo, puede celebrarse en honor y memoria de los santos.
La
misa fue instituida en la última cena, cuando Cristo, estando ya para ofrecerse
a sí mismo en el altar de la cruz por su muerte (Heb. 10:5) para nuestra
redención (Heb. 10:12), quiso legar a su iglesia un sacrificio visible, que
conmemorara su sacrificio cruento en la cruz.
Como
Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Salmo 110:4), ofreció a su Padre
su propio cuerpo y sangre bajo las apariencias de pan y vino, y
Constituyó
a sus apóstoles sacerdotes del Nuevo Testamento, para que renovasen este mismo
sacrificio hasta que él venga otra vez (1 Cor. 11:26) con las palabras: “Haced
esto en memoria de mí“; (Lucas 22:19; 1 Cor. 11:34). (Buzón de Preguntas, pág.
263. Citas del Concilio de Trento.)
Esta
es la forma en que los autorizados maestros de Roma exponen la doctrina de la
misa.
Tomemos
uno por uno los puntos mencionados y examinémoslos.
1.
Insiste
en que la santa comunión no sólo es un sacramento que confiere gracia al que
comulga, Sino que es un real y verdadero sacrificio hecho a Dios, en el que
Cristo, como sacerdote, ofrece su mismo cuerpo y sangre. En el capítulo en que
nos hemos ocupado de la transubstanciación hemos visto que esto no es cierto.
El pan sigue siendo pan, y el vino sigue siendo vino, aun después de la
bendición, o acción de gracias, como nosotros preferimos llamarlo. El servicio
de la comunión, un sacramento en el que el cuerpo y la sangre de nuestro Señor
se hallan representados por el pan y el vino, símbolos visibles y temporales,
que nos recuerdan la verdad espiritual y eterna de que “Cristo murió por
nuestros pecados, conforme a las Escrituras” (I Cor. 15:3).
2.
El así
llamado sacrificio de la misa no es en ninguna manera idéntica al sacrificio de
Cristo en el Calvario.
·
“Cristo...entró
en el mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios.
Y no para ofrecerse muchas veces a sí mismo, como entra el pontífice en el
santuario cada año con sangre ajena... mas ahora una vez en la consumación de
los siglos para deshacimiento del pecado se presentó por el sacrificio de sí
mismo. . . . Cristo fue ofrecido una vez para agotar los pecados de muchos.”
(Heb. 9:24-28.)
·
Se dice
que la misa es incruenta, lo que en realidad es, pero Roma afirma con
insistencia que el pan contiene no solamente el cuerpo sino también la sangre
de Cristo. La Palabra de Dios declara que “sin derramamiento de sangre no se
hace remisión (de pecados)” (Heb. 9:22).
·
La
comunión “anuncia la muerte del Señor” (1 Cor. 11:26). ¿Cómo puede entonces ser
idéntica a su muerte?
·
La muerte
y sacrificio de Cristo en la cruz no necesita ser repetido, porque “con una
sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14).
·
El cuerpo
humano de Cristo estuvo sujeto a las condiciones humanas comunes, de modo que
no pudo estar más que en un lugar al mismo tiempo, aunque su espíritu fuera
omnipresente (Mat. 28:20; Juan 14:18; Hechos 18:10; 2 Tim. 4:17). Pero Roma
sostiene que todo Cristo, con su cuerpo y sangre, alma y divinidad, está en
cada una de las partículas del pan consagrado y en cada una de las gotas del vino
consagrado. ¿Cómo pueden ser su cuerpo y sangre los miles de millones de
hostias y de gotas de vino? Todo esto es un absurdo.
La
santa comunión no es un sacrificio, de modo que no puede ser sacrificio
propiciatorio. En la Biblia no hay ni una sola referencia a él como tal. Cristo
en la cruz fue nuestro único sacrificio expiatorio.
“Dios
ha propuesto a Jesucristo en propiciación por la fe en su sangre... para que
él sea el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús (Rom. 3:25,
26).
“Si
alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el
justo. Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo” (I Juan 2:1, 2).
Al encomendar su espíritu al Padre desde la
cruz, grito: “Consumado es.” Y precisamente porque todo estaba ya terminado,
bajaron su cuerpo de la cruz y lo colocaron en el sepulcro. Pero él no se
encuentra allí ya, porque Dios le resucitó el tercer día de entre los
muertos, y hoy está sentado a la diestra del Padre, presentándole su único
sacrificio perfecto y completo en favor de todos los que en él confían. No
necesita de la misa para complementar lo que él ha hecho. Afirmar que la misa
se aplica a las almas del purgatorio es falso, pues en el capítulo XI hemos
visto que el purgatorio es una invención católico-romana.
|
1.
No es
necesaria la misa para que se nos pueda aplicar a nosotros el sacrificio del
Calvario. Está a nuestra disposición completa y libremente. “El que quiere,
tome del agua de la vida de balde” (Apoc. 22:17) .
2.
No se
puede comprender cómo pueda honrar la memoria de los santos el ofrecimiento al
Padre de un sacrificio espurio, que deshonra a su amado Hijo. Los santos en el
cielo no tienen interés alguno en que su memoria sea honrada. Ellos están
ocupados en honrar al Cordero que está sentado en el trono.
“Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su
sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea
gloria e imperio para siempre jamás. Amén.” (Apoc. 1:5,6.)
|
1.
Cristo no
instituyó la misa en la última cena, ni hizo de su cuerpo y sangre un
sacrificio por el pecado, bajo las apariencias de pan y vino. No presentó el
pan y vino a Dios, sino que se lo dio a sus discípulos para que lo comieran. El
cuerpo de que se habla en Hebreos 10:5 no estaba hecho del pan de la comunión;
era el cuerpo que había sido formado en las entrañas de María, pues este pasaje
dice: “Por lo cual, entrando en el mundo, dice: Sacrificio y presente no
quisiste; mas me apropiaste cuerpo” (en la encarnación). La idea de que Cristo
quiso en la última cena “legar un sacrificio visible a su iglesia” no es más
que el resultado de la fantasía romanista, sin átomo de fundamento bíblico.
2.
Decir que
Melquisedec, al traer pan y vino a Abraham es figura de la misa, es por
completo erróneo. El no hizo más que observar una costumbre de su tiempo al dar
la bienvenida a Abraham y los que le acompañaban al regresar éstos victoriosos
de la matanza de los reyes invasores. Estaban cansados y hambrientos, y él les salió
al encuentro para darles de comer. Las Escrituras dejan establecido claramente
que Melquisedec es tipo de Cristo en más de una forma: a. Su nombre y su
título: Melquisedec - “rey de justicia,” y rey de Jerusalén - “rey de paz,” son
aplicables a nuestro Señor. b. La falta de parentela conocida: “Sin padre, sin
madre” (Heb. 7:3) “que ni tiene principio de días... mas hecho semejante al
Hijo de Dios,” es figura de la divinidad de Cristo. c “Sin linaje... ni fin de
vida... permanece sacerdote para siempre” nos presenta el sacerdocio eterno de
Cristo, que no puede ser suplantado, sino que vive siempre para interceder por
nosotros. Melquisedec es tipo de Cristo en todo esto, pero no ofreció el pan v
el vino en sacrificio incruento. Si hubiera ofrecido un sacrificio a Dios, le
hubiera ciertamente ofrecido un sacrificio con sangre, como lo hizo Abraham
repetidas veces, y no hubiera imitado el ejemplo de Caín.
3.
Cristo no
designó sacerdotes a sus apóstoles, y mucho menos a sus llamados sucesores,
para ofrecer la misa, cuando dijo, “Haced esto.” El dijo: “Haced esto en
memoria de mí,” no “Haced esto como un sacrificio de mí.” Deberían recordarle a
él y el sacrificio que iba él a realizar muy pronto en la cruz, una vez para
siempre.
El
sacrificio de la misa es groseramente idolátrico. En el año 1226, once años
después de haber sido promulgado el dogma de la transubstanciación, la iglesia
romanista puso por primera vez en práctica la elevación de la hostia, ante la
cual se postró en adoración toda la multitud allí congregada. Diez años más
tarde, en 1236, se sacó la hostia por primera vez en procesión solemne por las
calles, acompañada por obispos y otros dignatarios eclesiásticos, sacerdotes,
frailes y monjas, y las gentes aglomeradas se postraban de rodillas para
adorarla. De hecho la iglesia romanista exalta la hostia por encima del
Salvador crucificado y resucitado, adorándola con una pompa y ceremonia que no
se da al mismo Cristo. A pesar de ello, la misa no se menciona ni una vez en la
Biblia, mientras el relato de los acontecimientos de la última semana de la
vida de nuestro Señor en la tierra, que culminó con su muerte en la cruz y su
resurrección al tercer día, ocupa casi una tercera parte de las páginas de los
cuatro Evangelios. A la iglesia católico-romana se le pueden aplicar las
palabras que Oseas dirigió al idólatra Israel: “Porque multiplicó Ephraim
altares para pecar, tuvo altares para pecar” (Oseas 8:11). Se ha calculado que
se celebran cuatro misas, elevándose en todas ellas la hostia, cada segundo del
día y de la noche por todo el año. ¡Qué ofensa para Dios! ¡Que manera de
pervertir el propósito divino, convirtiendo una fiesta divinamente señalada en
una vuelta incesante de culto idólatra, que Dios tanto odia! (Jeremías 44:3,
4).
En
relación con el decir y cantar las misas, que Dios detesta, existe también la
circunstancia de que se celebran para sacar almas del purgatorio pagando un
precio, por dinero. Esta maligna costumbre comenzó en los siglos siete y ocho,
y al llegar el siglo doce ya se había convertido en una práctica regular. Todo
esto se basa en dos falsedades: que las almas de los creyentes van al
purgatorio, y que diciendo y cantando misas por ellas se les alivian las penas,
y hasta se las puede sacar de allí. La iglesia católico-romana no puede menos
de admitir que en el Nuevo Testamento no hay enseñanza ni precedente alguno que
justifique el recibir dinero por las misas, pero sostiene que, puesto que la
iglesia romana ha sido designada como autoridad judicial de Dios en la tierra,
lo que es otra patente falsedad, cualquier cosa que ella decreta como práctica
general no puede estar contra la ley de Dios. La cantidad de dinero que recibe
la iglesia de Roma por las misas no puede calcularse. Al recibir este dinero Roma
está convirtiendo en mercancía la gracia de Dios, lo que Pedro no hubiera
hecho, pues él dijo a Simón Mago: “Tu dinero perezca contigo, que piensas que
el don Dios se gana con dinero” (Hechos 8:20). Si de esta manera habló al que
quería comprar. ¿qué no diría de los que pretenden vender la gracia en nombre
de Cristo?
“El
que aun a su propio Hijo no perdonó, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará también con él todas las cosas?” (Rom. 8:32).
A
pesar de estos millones de misas que se dicen, Roma no da seguridad de libertad
a las almas. Aún se siguen diciendo misas aun por papas que murieron hace
cuarenta o cincuenta años. Si ellos han sido ya sacados del purgatorio por las
misas que por ellos se han dicho, lo ignoran los que hacen decir estas misas.
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