Salvación (heb. yeµsûa>, gr. soµteµria)
I.
En el Antiguo Testamento
El principal término heb.
traducido “salvación” es yeµsûa> y los derivados correspondientes. Su significado básico es
“introducir en un ambiente espacioso” (cf. Sal. 18.36; 66.12), pero tiene desde
el comienzo el sentido metafórico de “liberación de toda limitación” y los
medios para llegar a ella; e. d. liberación de los factores que constriñen y
limitan. Puede referirse a liberación de una enfermedad (Is. 38.20; cf. vv. 9),
de los problemas (Jer. 30.7), o de los enemigos (2 S. 3.18; Sal. 44.7). En la
gran mayoría de las referencias Dios es el autor de la salvación. Así, Dios
salva a su rebaño (Ez. 34.22); rescata a su pueblo (Os. 1.7) y sólo el puede
salvarlos (Os. 13.10–14); no hay otro salvador aparte de él (Is. 43.11). Salvó
a los padres de Egipto (Sal. 106.7–10), y a sus hijos de Babilonia (Jer.
30.10). Él es el refugio y el salvador de su pueblo (2 S. 22.3). Salva al pobre
y al necesitado cuando no tienen otro que los ayude (Sal. 34.6; Job 5.15). En
las palabras de Moisés, “estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy”
(Ex. 14.13), tenemos la esencia misma del concepto veterotestamentario de la
salvación. Así, conocer a Dios en alguna medida es conocerlo como Dios salvador
(Os. 13.4), de modo que las palabras “Dios” y “Salvador” son virtualmente
idénticas en el AT. El gran ejemplo normativo de la liberación salvífica divina
es el éxodo (Ex. 12.40–14.31). La redención de la esclavitud egp. mediante la
intervención de Dios en el mar Rojo fue determinante de toda la subsiguiente
reflexión de Israel acerca de la naturaleza y la actividad de Dios. El éxodo fue
el molde al cual se incorporó toda la subsiguiente interpretación del drama de
la historia de Israel. Se lo expresaba con el canto en el culto (Sal. 66.1–7),
se lo relataba (Dt. 6.20–24), se lo representaba en el ritual (Ex. 13.3–16). De
manera que la noción de la salvación surgió del éxodo, estampada indeleblemente
con la dimensión de los poderosos actos de liberación divina en la historia.
Este
elemento profundamente significativo sirvió de base, a su vez, para una
contribución veterotestamentaria aun mayor a la idea de la salvación cual es la
escatología. La experiencia que tuvo Israel en cuanto a Dios como salvador en
el pasado le permitió proyectar su fe hacia adelante, hacia la expectativa de
su salvación plena y definitiva en el futuro. Precisamente porque Yahvéh se ha
hecho conocer como Señor de todos, creador y sustentador de toda la tierra, y
porque es un Dios justo y fiel, un día hará efectiva su total victoria sobre
sus enemigos y salvará a su pueblo de todos sus males (Is. 43.11–21; Dt. 9.4–6;
Ez. 36.22–23). En el período primitivo esta esperanza de salvación se centra
más en la intervención histórica inmediata para la reivindicación de Israel
(cf. Gn. 49; Dt. 33; Nm. 23s). En el período profético encuentra expresión en
función de un “día de Yahvéh” en el cual el juicio habrá de combinarse con la
liberación (Is. 24.19s; 25.6–8; Jl. 2.1s, 28–32; Am. 5.18s; 9.11s). La
experiencia del exilio proporcionó tanto una imagen concreta como un marco
concreto para la expresión de esta esperanza como un nuevo éxodo (Is. 43.14–16;
48.20s; 51.9s; cf. Jer. 31.31–34; Ez. 37.21–28; Zac. 8.7–13); pero los
desalentadores y limitados resultados de la restauración proyectaron la
esperanza hacia adelante nuevamente, y la transmutaron en lo que se ha
denominado la escatológica-trascendental (Is. 64.1s; 65.17s; 66.22), la
esperanza del >olaµm habba<, el nuevo mundo al final de la era presente, en el que el
gobierno soberano y el carácter justo de Dios se manifestarán en todas las
naciones.
Correspondería
hacer referencia también a otros términos relacionados que la LXX
vierte como soµteµria; en particular la raíz g<l, ‘redimir’, recuperar
propiedad que ha ido a parar a manos ajenas, “volver a adquirir”, a menudo
mediante compra. La persona que efectuaba dicha redención, o salvación, es el goµ<eµl, el ‘pariente-redentor’
(cf. Lv. 25.26, 32; Rt. 4.4, 6). Dios es el gran goµ<eµl de Israel (Ex. 6.6; Sal. 77.14s). Este uso
es sinónimo de yeµsûa> en la última parte de
Isaías (Is. 41.14; 44.6; 47.4). Aparecen como términos paralelos en Is. 43.1–2;
60.16; 63.9 (cf. TDNT 7, pp. 977–978).
Finalmente
notamos que la actividad salvífica de Dios en el AT se amplía y se profundiza
en función de un instrumento particular de esa salvación, el Mesías-Siervo. La
salvación envuelve un agente, o salvador, aunque no necesariamente distinto de
Yahvéh mismo. En general, aunque Yahvéh puede emplear agentes humanos
particulares, o salvadores, en momentos históricos determinados (Gn. 45.7; Jue.
3.9, 15; 2 R. 13.5; Neh. 9.27), sólo él es el salvador de su pueblo (Is. 43.11;
45.21; Os. 13.4). Esta afirmación general, empero, requiere aclaración en el
contexto del desarrollo de la esperanza de la salvación en el AT, donde en los
cánticos del Siervo encontramos una encarnación personal de la salvación moral de
Yahvéh, aun cuando nunca se hace referencia al Siervo como salvador en forma
directa. La configuración corporativa está claramente presente aquí, pero la
personificación del ministerio del Siervo está clara en el texto, y a la luz
del cumplimiento neotestamentario no requiere defensas adicionales. En el
cántico, Is. 49.1–6, aparece como instrumento de la salvación universal
preparada por Dios (v. 6; cf. tamb. vv. 8). El cántico final, 52.13–53.12, no
contiene el término, pero el concepto de la salvación está presente en todas
partes en función de una liberación del pecado y sus consecuencias. Así, el AT
nos ayuda a comprender, finalmente, que Dios salva a su pueblo mediante su
Mesías-Salvador.
II.
En el Nuevo Testamento
En el NT comenzamos con la
observación general de que, en buena medida, el uso “religioso” de una
liberación moral/espiritual se vuelve totalmente dominante en lo que respecta
al concepto de la salvación. En el uso no religioso se limita virtualmente a
salvar ante graves peligros de muerte (Hch. 27.20, 31; Mr. 15.30; He. 5.7).
a.
Los evangelios sinópticos
Jesús menciona la palabra
salvación una sola vez (Lc. 19.9), donde puede referirse ya sea a sí mismo como
personificación de la salvación, impartiendo perdón a Zaqueo, o a aquello que
se evidencia por la conducta transformada del publicano. Nuestro Señor, empero,
usó la palabra “salvar” y otras afines para indicar primero lo que vino a hacer
(por inferencia, Mr. 3.4; y por afirmación directa, Lc. 4.18; Mt. 18.11; Lc.
9.56; Mt. 20.28), y segundo, lo que se le exige al hombre (Mr. 8.35; Lc. 7.50;
8.12; 13.24; Mt. 10.22). Lc. 18.26, y el contexto, muestra que la salvación
exige un corazón contrito, impotencia como del niño, dispuesta a recibir, y la
renuncia a todas las cosas por amor a Cristo, condiciones todas que el hombre
no puede cumplir por sí solo.
El
testimonio de otros acerca de la actividad salvífica de nuestro Señor es tanto
indirecta (Mr. 15.31) como directa (Mt. 8.17). Está también el testimonio de su
propio nombre (Mt. 1.21, 23). Estos variados usos sugieren en conjunto que la
salvación estaba presente en la persona y el ministerio de Cristo, y
especialmente en su muerte.
b.
El cuarto evangelio
Esta doble verdad la subraya el
cuarto evangelio, en el que cada capítulo sugiere diferentes aspectos de la
salvación. Así, en 1.12s los hombres se convierten en hijos de Dios al confiar
en Cristo; en 2.5 la situación se soluciona al hacer “todo lo que os dijere”;
en 3.5 el nuevo nacimiento por el Espíritu es esencial para entrar en el reino,
pero 3.14, 17 deja en claro que esa nueva vida no es posible aparte de la fe en
la muerte de Cristo, sin la cual los hombres ya están sujetos a condenación
(3.17); en 4.22 la salvación es de los judíos—por revelación históricamente
canalizada por medio del pueblo de Dios—y es un regalo que interiormente
transforma y capacita a los hombres para la adoración.
En
5.14 el que ha sido sanado no debe volver a pecar, no sea que le ocurra algo
peor; en 5.39 las Escrituras dan testimonio de que hay vida (= salvación) en el
Hijo, a quien le han sido encomendados la vida y el juicio; en 5.24 los
creyentes ya han pasado de muerte a vida; en 6.35 Jesús declara que él es el
pan de vida, a quien únicamente deben acudir los hombres (6.68) en busca de las
vivificantes palabras de vida eterna; en 7.39 el agua es símbolo de la vida
salvífica del Espíritu que había de venir después que Jesús fuese glorificado.
En
8.12 el evangelista indica la seguridad que ofrece la guía de la luz y en los
vv. 32, 36 la libertad que se adquiere por medio de la verdad que reside en el
Hijo; en 9.25, 37, 39 la salvación es visión espiritual; en 10.10 el ingreso en
el disfrute de la seguridad y la vida abundante del redil y del Padre es por
medio de Cristo; en 11.25s la vida de resurrección pertenece al creyente; en
11.50 (cf. 18.14) el propósito salvador de su muerte se describe
inconscientemente; en 12.32 Cristo, levantado en su muerte, atrae a los hombres
hacia sí; en 13.10 el lavado inicial del Señor significa salvación (“está todo
limpio”); en 14.6 Cristo es el camino vivo y verdadero a las moradas del Padre;
en 15.5 el permanecer en él, la
Vid, es el secreto de los recursos vitales; en 16.7–15 por
amor a Cristo el Espíritu se hará cargo de los obstáculos a la salvación y hará
los preparativos para su realización; en 17.2–3, 12 el Señor guarda y cuida a
los que tienen conocimiento del Dios verdadero y de su Hijo; en 19.30 se lleva
a cabo la salvación; en 20.21–23 las palabras de paz y perdón acompañan la
entrega del don del Espíritu; en 21.15–18 su amor reconciliador vuelve a
inyectar amor en su seguidor y lo rehabilita para el servicio.
c.
Los Hechos
Hechos traza la proclamación
(cf. 16.17) de la salvación en el impacto que produce, primero en las
multitudes que escuchan la exhortación a que sean “salvos de esta perversa
generación” (2.40) mediante el arrepentimiento (que es también don de Dios y
parte constitutiva de la salvación, 11.18), la remisión de pecados, y la
recepción del Espíritu Santo; luego en un individuo enfermo, ignorante de su verdadera
necesidad, que es sanado por el nombre de Jesús, el único nombre en el que
podemos ser salvos; y tercero, en la familia de aquel que preguntó “¿qué debo
hacer para ser salvo?” (16.30ss).
d.
Las epístolas paulinas
Pablo sostiene que las
Escrituras “pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo
Jesús” (2 Ti. 3.15ss) y que proporcionan los ingredientes esenciales para el
disfrute de una salvación plena. Ampliando y aplicando el concepto
veterotestamentario de la justicia divina, que ya anticipaba la justicia
salvífica del NT, Pablo demuestra que no hay salvación alguna por medio de la
ley, ya que ella sólo podía indicar la presencia, y suscitar la actividad
reaccionaria, del pecado y cerrarle la boca a los hombres dada su culpabilidad
ante Dios (Ro. 3.19; Gá. 2.16). La salvación se proporciona como libre don del
justo Dios obrando en gracia para con el indigno pecador que, por el don de la
fe, confía en la justicia de Cristo, que lo ha redimido por medio de su muerte
y lo ha justificado con su resurrección. Dios, por amor a Cristo, justifica al
pecador (e. d. le acredita la perfecta justicia de Cristo y lo acepta como si
no hubiese pecado), perdona su pecado, lo reconcilia consigo mismo en y
mediante Cristo, “haciendo la paz mediante la sangre de su cruz” (2 Co. 5.18;
Ro. 5.11; Col. 1.20), lo adopta como miembro de su familia (Gá. 4.5s; Ef. 1.13;
2 Co. 1.22), poniendo el sello, las arras, las primicias de su Espíritu en su
corazón, y de este modo haciendo de él una nueva creación. Por el mismo
Espíritu los subsiguientes recursos de la salvación lo capacitan para andar en
novedad de vida, mortificando crecientemente los hechos de la carne (Ro. 8.13),
hasta que en última instancia es conformado a Cristo (Ro. 8.29) y su salvación
es consumada en la gloria (Fil. 3.21).
e.
La Epístola
a los Hebreos
La “gran” salvación de la Epístola a los Hebreos
trasciende los anuncios veterotestamentarios sobre la salvación. En el NT la
salvación se describe con el lenguaje de los sacrificios; las tantas veces
repetidas ofrendas del ritual veterotestamentario que se ocupaban
principalmente de los pecados no premeditados y sólo proporcionaban una
salvación superficial son remplazadas por el sacrificio único de Cristo, siendo
él mismo tanto el Sacerdote de nuestra salvación como la ofrenda salvífica (He.
9.26; 10.12). El derramamiento de su sangre vital en la muerte efectúa la
expiación, de modo que en lo sucesivo el hombre, con la conciencia purificada,
puede entrar en la presencia de Dios en las condiciones del nuevo pacto,
ratificado por Dios mediante su Mediador (He. 9.15; 12.24). Hebreos, que tanto
recalca la forma en que Cristo encara la cuestión del pecado mediante su
sufrimiento y su muerte a fin de proporcionar la salvación eterna, anticipa su
segunda venida, no ya para ocuparse del pecado, sino para consumar la salvación
de su pueblo y, presumiblemente, la gloria consiguiente que les corresponde (9.28).
f.
La Epístola
de Santiago
Santiago enseña que la salvación
no es por “fe” solamente sino también por “obras” (2.24). Su intención es
desilusionar a todo el que se apoya para su salvación en el mero reconocimiento
intelectual de la existencia de Dios, sin un cambio de corazón que de por
resultado obras de justicia. No descuenta la verdadera fe, sino que pide que su
presencia la evidencie una conducta que a su vez ponga de manifiesto las
energías salvíficas de la verdadera religión obrando por medio de la Palabra de Dios implantada
en la persona. Le preocupa tanto como el que más el hacer volver al pecador del
error de su camino y salvar su alma de la muerte (5.20).
g.
1 y 2 Pedro
1 Pedro destaca, en forma
semejante a Hebreos, lo costoso de la salvación (1.19), que fue buscada y
predicha por los profetas pero es ahora realidad presente para los que, como
ovejas extraviadas, han vuelto al Pastor de sus almas (2.24s). Su aspecto
futuro es conocido por los que “sois guardados por el poder de Dios mediante la
fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada” (1 P.
1.5).
En 2
Pedro la salvación comprende el escapar de la corrupción que existe en el mundo
por la lascivia haciéndonos partícipes de la naturaleza divina (1.4). En el
contexto del pecado el creyente ansía los nuevos cielos y la nueva tierra en
los que mora la justicia, pero reconoce que la postergación de la parusía se
debe a la paciencia de su Señor, paciencia que forma parte, ella misma, de la
salvación (3.13, 15).
h.
1, 2 y 3 Juan
Para 1 Juan el lenguaje de los
sacrificios en Hebreos es adecuado. Cristo es nuestra salvación al ser él la
propiciación por nuestros pecados, como exteriorización del amor de Dios. Es
Dios en su amor, manifestado en la sangre derramada de Cristo, el que cubre
nuestros pecados y nos purifica. Como en el cuarto evangelio, la salvación se
concibe en función del hecho de nacer de Dios, de conocer a Dios, de poseer
vida eterna en Cristo, de vivir en la luz y la verdad de Dios, de morar en Dios
y saber que él mora en nosotros mediante el amor por su Espíritu (3.9; 4.6, 13;
5.11). 3 Juan tiene una significativa oración en la que pide prosperidad y
salud corporal (bienestar natural) generales para acompañar la prosperidad del
alma (v. 2).
i.
La Epístola
de Judas
Judas 3, al referirse a la
“común salvación”, está pensando en algo semejante a la “común fe” de Tit. 1.4,
y la vincula con la “fe” (cf. Ef. 4.5) por la que tienen que contender los
creyentes. Esta salvación comprende los privilegios, verdades, demandas y
experiencias salvíficos comunes a sus muy diversos lectores. En los vv. 22s
insta a hacer conocer urgentemente esta salvación a diversos grupos de personas
que tienen dudas, que se encuentran en grave peligro, y que están sumergidas en
la degradación.
j.
El Apocalipsis
Apocalipsis reitera el tema (de
1 Jn.) de la salvación como liberación o limpieza del pecado en virtud de la
sangre de Cristo, y la constitución de los creyentes en sacerdoctes reales
(1.5s). De un modo que recuerda al Salmista, el vidente, en actitud de
adoración, atribuye la salvación en toda su amplitud a Dios (7.10). Los últimos
capítulos del libro pintan la salvación en función de las hojas del árbol de la
vida que son para la sanidad de las naciones, árbol al cual, como en el caso de
la ciudad de la salvación, se concede admisión únicamente a aquellos cuyos
nombres están escritos en el libro de la vida.
III.
Relación con otras perspectivas de la salvación
a.
Los esenios
Considerable atención se le ha
prestado a partir del descubrimiento de los rollos del mar Muerto (1947 en
adelante) a este movimiento monástico dentro del judaísmo (* Mar Muerto, Rollos del), y se han hecho
diversos intentos de evaluar su contribución a los orígenes neotestamentarios.
Por lo que hace a la doctrina de la salvación los esenios de Qumrán compartían
el sentido bíblico de la pecaminosidad intrínseca del hombre aparte de Dios, y
un notable pasaje (1QS 11.9s; cf. tamb. el Himno de acción de gracias) se
aproxima mucho a la doctrina neotestamentaria de la salvación en el sentido de
absolución por la acción de la justicia de Dios, de la salvación mediante la
confianza total en la gracia y misericordia de Dios. Sin embargo, esto no debe
resultar enteramente sorprendente, teniendo en cuenta la deuda de los
integrantes de Qumrán para con el salterio y los grandes profetas
veterotestamentarios. Sería un error destacar excesivamente los puntos de
correspondencia; en otros puntos el paralelo con la enseñanza neotestamentaria
es mucho más tenue. El universalismo del evangelio cristiano falta totalmente;
la salvación no es por cierto para la masa común de los pecadores. Lo que
entendía Qumrán en cuanto al Siervo sufriente de Is. 53 es tema de discusión,
pero parecería que la profecía se consideraba cumplida en el consejo interno (soÆd_) de la comunidad. Tampoco se puede eludir
enteramente el simple hecho de que no hay una sola referencia clara a los
esenios en todo el NT.
b.
El gnosticismo
No hay acuerdo sobre la fecha
precisa de la enseñanza gnóstica, y el intento de demostrar la dependencia
cristiana con respecto a las ideas gnósticas constituye hoy una empresa
claramente dudosa. No obstante, hay indicaciones en el NT (cf. 1 y 2 Co.; Col.;
1 y 2 Ti.; Tit.; 1 Jn.; Ap.) de que la iglesia primitiva tuvo que distinguir su
doctrina de la salvación de las nociones que aparecían incorporadas en
doctrinas gnósticas posteriores. En esencia el gnóstico proclamaba la salvación
por un conocimiento inmediato de Dios. Este conocimiento era intelectual, por
oposición al conocimiento moral, y esotérico en cuanto estaba limitado al
círculo elitista de los iniciados. El gnosticismo también enseñaba un dualismo
de alma y cuerpo, en el que sólo lo primero resultaba significativo para la
salvación; y una jerarquía de intermediarios espirituales y angélicos entre
Dios y el hombre. La salvación era la vía de escape del predominio de fuerzas
astrológicas y pasiones humanas extrañas mediante el “conocimiento”, en
respuesta a un “llamado” del mundo divino expresado en el titulado “mito
gnóstico-redentor”, la leyenda del hombre de los cielos que bajó del mundo de
la luz celestial para “salvar” a los hombres “caídos” impartiéndoles este
conocimiento secreto.
Como
ya se ha sugerido, el intento de ubicar una perspectiva de esta naturaleza en
el período precristiano y en consecuencia considerar que ella subyace a las
nociones salvíficas del NT está lejos de poder demostrarse. Las evidencias son
mucho más compatibles con el punto de vista de que, en la atmósfera religiosa
sincretista de la época, ciertas tendencias gnósticas latentes fueron unidas en
los ss. II y III a los motivos salvíficos cristianos para producir las
doctrinas de las sectas gnósticas que hemos bosquejado arriba, y acerca de las cuales
nos enteramos por escritores tales como Ireneo en el período posterior al
neotestamentario. Por oposición a formas incipientes de tales nociones sobre la
salvación los escritores bíblicos recalcan el alcance universal de la oferta de
salvación que hace Dios, su carácter esencialmente moral, la verdadera
humanidad y deidad del Mediador, y la centralización de la salvación en los
actos históricos de Dios en torno al nacimiento, la vida, la muerte, y la
resurrección de Jesucristo (cf. las secciones del NT citadas arriba).
c.
Las religiones de misterio
Otro punto en el que los
escritores neotestamentarios tuvieron que distinguir su doctrina de la
salvación de las ideas corrientes es en relación con los cultos de misterio.
Este fenómeno del ss. I era una combinación de elementos helenísticos y
orientales que tuvieron su origen en antiguos ritos de fertilidad. Pretendían
ofrecer “salvación” del destino o la suerte, y una vida más allá de la tumba
libre de las condiciones insatisfactorias y opresivas del presente. La
salvación se lograba mediante la meticulosa realización de ciertos rituales
cúlticos. En algunos puntos aparece un lenguaje similar al del NT. A los
iniciados se les podía llamar “nacidos de nuevo para la vida eterna”. Algunas
deidades cúlticas tales como Dionisos adquirieron el título de “Señor y
Salvador”. Se han alegado vínculos con la teología cristiana, particularmente
en el nivel sacramental, por cuanto se conocían las ilustraciones sagradas, o
ceremonias de purificación, y la idea de la unión con los dioses en una comida
solemne. No obstante, incluso con un examen superficial las diferencias con el
mensaje cristiano y la vida de las comunidades cristianas primitivas son claras
y obvias. En las religiones de misterio la salvación era esencialmente no
moral. Del fiel “salvo” no se esperaba que fuese mejor que su vecino pagano, y
tampoco lo era en la mayoría de los casos. El elemento racional ocupaba un
lugar mínimo; no había grandes actos salvíficos, y por consiguiente tampoco
grandes afirmaciones teológicas sostenidas en común.
Los
pretendidos paralelos con la enseñanza bautismal y eucarística cristianas
(paulinas) tampoco tienen fundamento, como se ha demostrado con bastante
claridad; las evidencias indican más bien la deuda del apóstol para con la
historia bíblica de la salvación centrada en el portentoso acto redentor de
Dios en Jesucristo.
d.
El culto imperial
El antiquísimo espejismo de la
salvación por medio del poder y la organización políticos se reflejaba en el
ss. I en el culto imperial. El mito de un Rey-Dios que fuera salvador y
benefactor de su pueblo aparece muy difundido en diversas formas en el mundo
antiguo, particularmente en Oriente. En Roma el ímpetu dado a los cultos
oficiales surgió de la carrera de Augusto, quien después de Accio en el 31 a.C. estableció la Pax Romana, una edad de
oro de paz tras décadas de matanzas sangrientas. Comúnmente se lo nombraba como
soµteµr, ‘Salvador del mundo’, y
por su vínculo con Julio César, “Hijo de Dios”. Aun en el caso de Augusto, sin
embargo, se impone cierto grado de precaución, por cuanto está demostrado que
el título soµteµr de ningún modo estaba
limitado al emperador, y tampoco estuvo siempre investido de plenas inferencias
orientales. Los sucesivos emperadores del ss. I evidenciaron variados grados de
entusiasmo por lo que se afirmaba con respecto a ellos en el culto oficial.
Calígula, Nerón, y Domiciano por cierto que tomaban en serio su statu divino, y
este hecho puede hasta cierto punto explicar algunas instancias en que se usa
el título en relación con Jesucristo y el Padre en el NT (cf. 1 Ti. 1.1; 4.10;
Tit. 1.3; 3.4; 1 Jn. 4.14; Jud. 25; Ap. 7.10; 12.10; 19.1).
e.
Síntesis
En general, aun cuando hay
paralelos claros en lo que hace a lenguaje, la dependencia de la doctrina de la
salvación cristiana con respecto a estos movimientos contemporáneos no ha sido
demostrada de ninguna manera. Por cierto que al intentar comunicar el evangelio
a sus contemporáneos los predicadores y escritores neotestamentarios no tenían
reparos en traducir el mensaje, incluido el lenguaje de la salvación, a los
patrones conceptuales del ss. I, pero el verdadero origen y justificativo de su
lenguaje salvífico se encuentra fuera de dicho mundo, en la tradición de la
historia salvífica del AT, centrada y cumplida en la persona y la misión de
Jesucristo.
IV.
La salvación bíblica: síntesis
1. La salvación es un hecho
histórico. La perspectiva veterotestamentaria de la salvación como producto
de la intervención divina en la historia recibe pleno apoyo en el NT. A
diferencia del gnosticismo, el hombre no se salva mediante la sabiduría; a
diferencia del judaísmo, el hombre no se salva haciendo mérito en lo moral y lo
religioso; a diferencia de los cultos helenísticos de misterio, el hombre no se
salva mediante la adquisición de técnicas para la realización de prácticas
religiosas; a diferencia de Roma, la salvación no ha de ser equiparada con el
orden político o la libertad política. El hombre se salva mediante la acción de
Dios en la historia en la persona de Jesucristo (Ro. 4.25; 5.10; 2 Co. 4.10s;
Fil. 2.6s; 1 Ti. 1.15; 1 Jn. 4.9–10, 14). Si bien el nacimiento, la vida, y el
ministerio de Jesús no dejan de tener su importancia, lo que se destaca es su
muerte y resurrección (1 Co. 15.5s); somos salvos por la sangre de su cruz
(Hch. 20.28; Ro. 3.25; 5.9; Ef. 1.7; Col. 1.20; He. 9.12; 12.24; 13.12; 1 Jn.
1.7; Ap. 1.5; 5.9). En la medida en que se proclama dicho mensaje y los hombres
lo oyen y responden con fe, la salvación de Dios les es anunciada (Ro. 10.8,
14s; 1 Co. 1.18–25; 15.11; 1 Ts. 1.4s).
2. La
salvación tiene carácter moral y espiritual. La salvación tiene relación
con la liberación del pecado y sus consecuencias y, por consiguiente, de la
conciencia de culpa (Ro. 5.1; He. 10.22), de la ley y su maldición (Gá. 3.13;
Col. 2.14), de la muerte (1 P. 1.3–5; 1 Co. 15.51–56), del juicio (Ro. 5.9; He.
9.28); también del temor (He. 2.15; 2 Ti. 1.7, 9s), y la esclavitud (Tit.
2.11–3.6; Gá. 5.1s). Es importante indicar las consecuencias negativas de esto,
e. d. lo que la salvación cristiana no incluye. La salvación no incluye
necesariamente la prosperidad material ni el éxito mundano (Hch. 3.6; 2 Co.
6.10), como tampoco promete salud física ni bienestar. Es preciso tener cuidado
de no exagerar justamente este aspecto negativo, ya que ha habido y hay
actualmente curaciones realmente notables, y la capacidad para realizar
curaciones es un don que el Espíritu ha dado a la Iglesia (Hch. 3.9; 9.34;
20.9s; 1 Co. 12.28). Pero no en todos los casos se producen las curaciones, y
por lo tanto no constituye en ningún sentido un “derecho” de la persona que es
salva (1 Ti. 5.23; 2 Ti. 4.20; Fil. 2.25s; 2 Co. 12.7–9). Más aun, la salvación
no inmuniza contra penurias y peligros físicos (1 Co. 4.9–13; 2 Co. 11.23–28),
ni tampoco, quizá, contra hechos aparentemente trágicos (Mt. 5.45 [?]). No
significa que el creyente se verá libre de injusticias sociales y malos tratos
(1 Co. 7.20–24; 1 P. 2.18–25).
3. La
salvación es escatológica. Existe el peligro de definir el sentido de la
salvación en forma demasiado negativa. Aquí recordamos la admisión hecha más
arriba en cuanto a la escasez de referencias a la salvación en labios de Jesús.
La categoría central de Jesús era el reino de Dios, la manifestación del
gobierno soberano de Dios. En Ap. 12.10, sin embargo, la salvación y el reino
virtualmente se equiparan. Para el autor de Apocalipsis, como también para
Jesús, la salvación es equivalente a la vida sujeta al reinado de Dios, o, como
aparece en el testimonio del cuarto evangelio, la vida eterna. Por lo tanto, la
salvación reúne en sí todo el contenido del evangelio. Ella incluye la
liberación del pecado y todas sus consecuencias y, en lo positivo, el
otorgamiento de toda bendición espiritual en Cristo (Ef. 1.3), el don del
Espíritu Santo, y la vida de bendición en la era futura. Esta perspectiva
futura es crucial (Ro. 8.24; 13.11; 1 Co. 3.5; Fil. 3.20; He. 1.14; 9.28; 1 P.
1.5, 9). Todo lo que se sabe acerca de la salvación ahora no es más que
preliminar, anticipo de la plenitud de la salvación que está a la espera de la
plenitud del reino en el momento de la parusía del Señor.
(* Expiación; * Eleccíon; * Perdón;
* Justificacíon; * Santificación; * Pecado; * Gracia;
* Reconciliación.)
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véanse arts. “Reconciliación”,
“Redención”.